lunes, 29 de julio de 2013

¿Le Llevó el Capote?

          La herencia española dejó bien sembrada en la población el interés por la tauromaquia y los gallos. Mucho antes de que se organizaran las Ferias y Fiestas en el mes de diciembre, las festividades patronales de las parroquias o el mismo carnaval, servían para mostrar las ocultas cualidades taurinas de unos cuantos jóvenes nativos. El Estadio Municipal “5 de julio” —como antes se llamaba el campo deportivo de Capacho—, servía como improvisado “ruedo” para el exhibicionismo de los jóvenes.
          Ellos eran más valientes y atrevidos si en la tribuna había alguna simpática y agraciada chica que les hiciera palpitar el corazón con mayor intensidad. Eran muchos los que salían a desafiar los peligros frente a un bravo toro. Pero el estilo de Domingo Pérez era inimitable en la ejecución de pases y lances. Sólo le faltaba el traje de luces para parecer un torero de verdad, aunque en ciertas ocasiones tuvo que lanzarse literalmente bajo la plataforma de un carro para salvar el pellejo.
          Luego vinieron las ferias de cartel. Orlando Vargas era uno de los organizadores, junto a otros promotores. Los novilleros Antonio Gil “El Táriba”, Pepe Gil, Curro Zambrano, Paco Varela y Germán Sánchez, entre otros, son algunos de los nombres que perduran en el recuerdo. Gladys Mora, Socorro García, Nancy Sánchez, Haydee y Edita Méndez, Aimara Guerrero, entre otras simpáticas jóvenes, tuvieron el privilegio de portar las primeras coronas como soberanas del ferial de Pregonero.
          —¿Le llevo el capote?, preguntaban los niños a los novilleros en la puerta del Hotel Los Andes, donde solían hospedarse y prepararse para la faena. Como no había dinero para pagar las entradas a la corrida, los párvulos suplicaban a los novilleros para que los ingresaran a la plaza, llevando las capas y el capote —nunca las espadas o banderillas—. Pero Julio “Morrocoy”, el portero de la plaza de toros, se encargó de frustrar el sueño de más de un infante, aún después de estar dentro del entablado.
          Los espacios correspondientes a la cancha del liceo, el CDI, el Parque La Misión se acondicionaban para armar la plaza de madera. Los toros pertenecían casi siempre a la ganadería de don Andrés Roa. Sólo se mataba el sexto y último toro. Los bromistas de siempre pedían a gritos el sacrificio de cualquiera de ellos. El novillero caía en la tentación, frente a la gritería del público e insinuaba la muerte, con la señal de costumbre, mientras el propietario se salía de las casillas y gritaba a todo pulmón:
          — Si me matan ese toro, me lo pagan. Sólo el último, sólo el último.
          — ¿Le llevo el capote? Era el ruego habitual de los muchachos pobres frente a los novilleros. Pero sólo podían ingresar a uno, si Julio “Morrocoy” lo permitía. Los demás tenían que ingeniárselas para colarse en cualquier descuido de la policía, sobre todo cuando la faena se ponía interesante y los funcionarios del orden se descuidaban. Si no a mirar por los huequitos o subir hasta la loma para ver de lejos…
José de la Cruz García Mora

domingo, 28 de julio de 2013

Si se porta mal, me avisa

          Definitivamente, los tiempos han cambiado de manera impresionante. En la actualidad, los padres suelen sobreproteger a los hijos para que nadie se los toque, ni “con el pétalo de una rosa”, como dice vieja la frase popular. Incluso, ahora existen recursos e instancias legales para presentar las denuncias de rigor, en casos en que los mayores agredan u ofendan a los menores. Los abuelos de antes no se andaban con rodeos, en esas cuestiones de los derechos humanos.
          — Ya sabe, profesora, si se porta mal me avisa. Dele regla para que se acomode, sino yo lo arreglo en la casa. Invariablemente, con esas palabras, los padres solían autorizar a las maestras para que ejercieran la autoridad sobre los muchachos. Ahí se cumplía al pie de la letra aquello de que la escuela es el segundo hogar de los estudiantes. Estos sabían a qué atenerse cuando osaban trasgredir la disciplina de la clase.
          — “La letra, con sangre entra”, solían repetir las maestras antiguas, sin que ningún muchacho se frustrara para siempre por un “jalón de orejas”. Pero el espíritu de la pedagogía también ha cambiado con la modernidad. Ahora es una brutalidad atropellar la dignidad de los muchachos. Hoy más bien se frustran los padres, cuando sienten que la conducta de los críos se les escapa de las manos. Sin embargo, sería un contrasentido volver a los métodos rudimentarios del pasado.
          Muchos estudiantes contemporáneos, inscritos en la Escuela José Ignacio Cárdenas, solían mencionar con respeto los nombres de las maestras Socorro Labrador de Durán, Emma de Camargo, Dora de Salas, Eudocia de Devia y la señorita Evarista Pernía, entre otras. Son los nombres que saltan a la memoria cuando se evocan los tiempos de infancia. Más recientes son María de Parra, Socorro de Alcedo, Rita Mayela Pernía, Magaly Contreras, Socorro Ardila, Fabiola Márquez, Dora Alicia Belandria y Rosalba Vivas, entre otras.
          Son más frescos para el suscrito los nombres de las maestras del Grupo Escolar Nacional Sánchez Carrero, como beneficiario directo de sus inolvidables enseñanzas: Aida de Ramírez, Rosa Salas de Moret, Fidelina Rodríguez de Molina, Dulce de Chacón, Aura Valero de Pernía y Margarita Pérez de Pernía. Gladys Guerrero suplió durante varios meses a la señora Aida, ausente de la escuela por cuestiones de salud. No se puede dejar de mencionar a Teresa de Quintero, Nelly Guerrero de Molinam Matilde de García y Socorro Roa de Cantor.

          Muchas otras damas ejercieron con altura la noble profesión de maestras en la Escuela José Ignacio Cárdenas y el Grupo Sánchez Carrero. Esta crónica va dirigida a recordar a quienes sembraron semillas de virtud en la cohorte de párvulos nacidos a mediados de la década de los años sesenta y principios de los setenta del siglo XX. Evidentemente, algunas son más jóvenes, aunque se les recuerda por haberlas visto en acción en la época de la juventud o aún después.  

A la diez la quiero en casa

          En la evolución sociológica de los pueblos, todos los padres parecieran estar cortados con la misma tijera. Es la única conclusión a la que se llega cuando se analiza el comportamiento habitual de los respectivos jefes de hogar. Determinadas conductas obedecen al progreso de los tiempos. Con toda seguridad, ellos no se ponen de acuerdo previamente para actuar de similar manera, pero en todos los hogares aparecen las mismas consignas, reglas, fijaciones y restricciones.
          La reflexión viene a cuento por la conducta actual de las jóvenes frente a las fiestas y templetes. A las 11 de la noche apenas se están arreglando para salir a disfrutar de la parranda pueblerina y vaya usted a saber la hora en que retornan al hogar, si es que lo hacen… En aquellos tiempos de infancia y juventud, cuando las prohibiciones estaban a flor de piel, las órdenes eran tajantes y se cumplían al pie de la letra:
          — A las diez la quiero en casa.
          A esa hora ninguna quinceañera estaba sola en la calle. Las menores de dieciocho a lo sumo tenían permiso hasta la medianoche, siempre que estuviera con una hermana mayor. Las solteras mayores de edad ni por asomo permanecían más allá de las 2 y las fiestas muy buenas apenas duraban hasta las 3 de la madrugada. La única manera de que una jovencita permaneciera en la fiesta más allá de los tiempos indicados es que los padres hicieran el sacrificio de trasnocharse y acompañar a la hija.
          A las 7 de la noche comenzaba a sentirse el ambiente musical, con la frecuente amenización de la “Cumbre Discotheque”, propiedad de Lizardo Quintero, para entonces estudiante universitario. Es imposible olvidar la necia cantaleta del tipo, preguntando de manera socarrona a través de los micrófonos: ¿Y dónde está el niño? La “Swing Dance Discotheque”, propiedad de José Suárez, también mostraba la diversidad en el repertorio musical para el deleite de los asistentes.
          El asunto consistía en que cualquier pareja saliera a la pista para iniciar la rumba. Los jóvenes no tenían remilgos en ese sentido. A la memoria llegan las figuras de Chepo, Magaly Vivas, Rosalba Ramírez, Alipio García, por sólo nombrar unos cuantos jóvenes entusiastas, poniéndole ritmo, sabor y movimiento a la fiesta. En la mentalidad de aquellos adolescentes había una cosa clara: las niñas debían estar en casa a más tardar a las 11 de la noche, incluyendo una hora de retraso.       
          Eso sí, había una regla de oro en aquellos tiempos: si una dama adulta rechazaba la invitación de un caballero a bailar una pieza, no podía hacerlo con nadie más, porque se podía llevar una buena sorpresa. Por precaución, ellas tomaban un breve descanso de dos o tres piezas. Las más jovencitas, en cambio, bailaban con entusiasmo y frenesí, hasta que llegaba la hora de emprender veloz carrera hasta la casa para llegar a tiempo y evitar el seguro castigo de los padres.      
 José de la Cruz García Mora

sábado, 27 de julio de 2013

Candangá: El Vendedor Ambulante

Gilberto Pineda se llamaba el personaje. Pero en el pueblo todo lo conocían popularmente por el apodo de "Candanga". Vivía allá en Las Lomas, en el camino hacia El Bolón. Posteriormente, cuando las condiciones económicas e hicieron más sólidas, estableció el hogar en el Barrio Moscú o Santa Eduvigis. Durante muchos años se desempeñó como verdulero ambulante. Todos los días se veía por las principales calles de Pregonero, ofreciendo verduras y hortalizas frescas para el consumo diario.

Generalmente, los vendedores ambulantes, cuando van de puerta en puerta, ofrecen al público mercancías secas. Pero no es habitual observar el ofrecimiento de productos muy perecederos, como tomates, cebollas, zanahorias, papas, cebollín, cilantro, perejil, auyamas, pimentones y otros rubros necesarios para la condimentación de los alimentos diarios. Lo común es que las mismas amas de casa salgan al abasto a adquirir estos productos cuando las despensas se vacían de manera temporal.

"Candanga" llegó a entender muy bien la idiosincrasia de las cocineras en la preparación del almuerzo. Sabía que en momentos de apremio muchas veces no queda tiempo para abandonar la faena gastronómica y acudir al mercado a reponer los productos faltantes. El hombre recibió muchas bendiciones femeninas, al pasar oportunamente por una calle y resolver el problema momentáneo de cualquier ama de casa, ofreciendo exactamente el producto que estaba faltando para completar el menú diario.

El hombre tenía que sudar la gota gorda, empujando la vetusta carretilla de madera y ruedas de palo por las calles de Pregonero. Posteriormente aplicó el ingenio popular en el acondicionamiento de un carromato, con ruedas de bicicleta y un toldo de lona, para atenuar la incidencia de los rayos solares sobre los productos. A veces es difícil explicar dónde cabían tantas cosas. "Candanga" los ofrecía en aquellos rústicos cajones ambulantes de construcción artesanal, movidos por la fuerza humana.

Sólo las personas que conocen a profundidad los patrones culturales de un pueblo logran alcanzar el éxito en una empresa tan peculiar como la venta de hortalizas y verduras frescas. Hay que tener sentido exacto de las proporciones para minimizar las pérdidas por el deterioro de los productos. Gilberto Pineda conocía todos los secretos del arte culinario de las damas uribantinas. Él iba por las calles, haciendo sonar la bocina del carruaje, muy seguro de que las damas saldrían a comprar los productos.

Es imposible olvidar la clásica figura del veterano trabajador ambulante: sombrero blanco de caña, camisa manga corta a medio abrir y el pecho descubierto, alpargatas criollas de hilo, pantalón de poliéster y el infaltable palillo monda dientes. Dicen las malas lenguas que éstos palillos son el símbolo identificatorio de los hombres que son tacaños hasta consigo mismos. Pero al final de los días, el hombre se convirtió en frecuente prestamista de pequeños y medianos montos.

José de la Cruz García Mora

Esa Bola iba hablando inglé

Dicen los mayores que Alberto Peña fue uno de los impulsores de la pelota suave en Pregonero. Él venía de Rubio y casó con Lulú, una de las hijas de Elías Méndez e Isabel Márquez. Pero aquí había una pléyade de excelentes jugadores, formados previamente en la tradición vernácula de la pelota caliente. De pronto, el softball pasó a ser la diversión predilecta de los atletas adultos y una de las atracciones populares con mayor capacidad de convocatoria para las gentes de todas las edades.

Angel Rojas, Amador Guerrero, Eladio Ramírez
Orlando Suárez, Guzman Luna, Antonio Contreras
Heriberto Sánchez, Abajo: Fermin Crespo y Vinicio Marquez
El engramado del estadio Municipal se llenó de gloria con el accionar de muchas generaciones. Jamás se podrá olvidar la agilidad de gacela de que siempre hizo gala Guzmán Luna, para el robo de bases, el toque efectivo y la cobertura del Center Field. Gonzalo Pérez, Fermín Crespo y Rodolfo Pérez sobresalen en el recuerdo por la fuerza y facilidad para conectar jonrones. Ramón Soto, Porfirio Molina, Ramón Rondón, Heriberto “Tina” Sánchez e Iván Márquez figuran entre los más efectivos lanzadores. Cheo Hernández, un poco más joven, destaca como primer bate y su alto promedio de bateo.

Eladio Ramírez se convirtió en referente simbólico para el exhibicionismo y la efectividad ofensiva y defensiva. Nolberto "Toño" Avellaneda parecía no equivocarse nunca como campo corto. Muy singular también la prestancia de Enrique “Kike” Ramírez, a pesar de ser zurdo, en la posición de receptor. Son inolvidables los eternos reclamos de Orlando Suárez, Hender Suárez y Antonio Contreras, el potente lanzamiento de Vicente “Monacha”, la persistencia atlética de Amadeo Ovallos, Ramón “Cemento” Ramírez, Pascual Luna y Jairo Márquez.

Equipo Provivienda: De Pie: Gregorio Gil, Jesús Contreras,
Carlos Andrés Pérez, Javiela Méndez,
Iván Rondón, Ramón Contreras, Amadeo Oballos.
Abajo: Bautista Gil, Jorge Pabón, José Luis Duque,
Adolfo Gil y Toño Avellaneda.
De Morado se observa a Jesús, un niño especial.
Las generaciones se fusionan en una compleja simbiosis de talentos y capacidades. Luis Gamboa e Iván Rondón, Orlando y José “Mano Joso” García, Delvis “Ardita” y Andrés Contreras, Humberto Pereira y Cheo Hernández, Gerardo Salas e Iván Rondón. Luis "Pipa" Márquez, Angel "Margarita" Rojas, Willian "Maracucho" Cepeda, Andrés "Ovejo" Contreras, Humberto "Panquemao" Ramírez, Abildo Roa, Yovani "Piedrita" Mora, son nombres que no se pueden olvidar, por sus singulares capacidades atléticas y su compromiso deportivo.

Muchos atletas han fecundado las arenas del estadio, con sudor y sentido ético en el desempeño de la actividad deportiva. De hecho, es inevitable pecar por omisión al dejar de evocar a tantas personas que han hecho méritos para figurar en esta crónica. Para nombrarlos a todos haría falta mucho espacio. Sin embargo, circunstancialmente, la memoria se consagra a ciertas imágenes imperecederas. El rico palmares de otros jugadores se diluye lentamente en los túneles del tiempo y el olvido. Pero aún perdura el recuerdo de muchos de ellos: 



Vinicio “Pollo” Márquez, Amador "Seboruco" Guerrero, Rafael "Negro" Gómez, Jesús "Chucho" Ramírez, Luis Maldonado, los hemanos Ramón "Pecos" y Jesús Contreras, Manuel "Científico" Márquez, Claudio Márquez, vistieron los uniformes de algunos equipos locales. En los recuerdos de la infancia sigue grabada la imagen de Vicente Elías Ramírez, con el peto al pecho, ejerciendo el rol de umpire detrás de la goma. José "Canalla" merece un lugar en el recuerdo por su apoyo a las nuevas generaciones.

Tío Martín: Esa Bola iba hablando inglé
El amor por el deporte es símbolo de la grandeza de aquellos hombres que se arman de voluntad para cultivar el espíritu de la sana competencia y entretener a los espectadores que asisten a los encuentros. Tío Martín desde que llegó a Pregonero encontró la manera de mostrar la vitalidad telúrica. Aún entrado en años hacía presencia activa en los juegos. Cuando no podía atrapar un hit, entonces, solía disculparse:

—No chico, esa bola iba hablando inglé

Ahí viene la Capa

Aún no se entiende por qué los adultos de antes permitían a los niños observar el proceso de castración de los cerdos. “Capar al puerco” era el término popular utilizado para denominar la extracción de los genitales del animal. Los hombres, dueños absolutos de la fuerza, eran los encargados de atar y operar posteriormente a los lechones. Los chillidos del cochino se oían en toda la cuadra. Los chiquillos siempre estaban ahí, curioseando, viendo los sufrimientos del animal disminuido.

Tampoco se entienden la extraña atracción que ejercían los recibos de luz frente a la chiquillada de entonces. Los adultos salían a las puertas de las casas a cancelar el servicio al cobrador ambulante. El funcionario de CADAFE, en prueba del pago, marca el recibo con el matasellos en alto relieve y lo devuelve al propietario del inmueble. Los niños, invariablemente, curiosos como siempre han sido, tomaban el papel para acariciar suavemente el fantástico sello de la empresa eléctrica.

Las tragedias infantiles comienzan cuando los benjamines asocian la castración de los cochinos con el estampado en alto relieve de los recibos de luz. Pueden imaginar los testículos de un niño marcados en alto relieve con el sello y el símbolo de CADAFE. Aquello era un delirio alucinante, una frustración espantosa, un trauma insuperable. Algunos padres caían en la picara complicidad, al azuzar al cobrador para asustar de manera terrorífica a los niños más rebeldes e inquietos.

Nadie sabe cuándo surgió la tradición, ni quién fue la primera víctima. Edecio Mora, el cobrador de CADAFE, se encargó de difundir la fama de “Capador de Niños” por todos los contornos urbanos de Pregonero. Corea, El Calvario, Capacho, El Trópico, La Avenida, Potreritos, Plaza Miranda, Plaza Bolívar, Calle San Antonio, El Cementerio. En todos los confines, el hombre se convirtió en el coco de los niños. Lo curioso es que parecía disfrutar con el terror dibujado en el rostro de los pequeños.

—Llegó la Capa, llegó la capa, llegó la capa, solía gritar de repente en cualquier esquina del pueblo, mientras manipulaba el matasellos de la empresa con la mano derecha en alto. En el acto desaparecían todas las almas de la calle. Pobre del párvulo que osara dárselas de valiente. Él tenía sus mañas para hacerlo huir despavorido. Entonces lo perseguía hasta el aposento, debajo de la cama, en las enaguas de la madre, en el solar, en el “soberao”, blandiendo el matasello maliciosamente.

—Ahí viene la capa, alertaba un niño cuando veía al personaje. La chiquillada dejaba todo tirado: metras, juguetes, cromos, billetes. Lo importante era poner tierra de por medio y ponerse a salvo. Los más grandes aprovechaban la ocasión para robarse las cosas de los pequeños. Todos los que se dejaron atrapar tienen una historia de espanto que contar a las nuevas generaciones. Los niños quedaban lívidos, temblorosos, casi muertos, mientras el funcionario se marchaba sonriente.

José de la Cruz García Mora

Pele, Rivelino, Tostao


El triunfo de Brasil en 1970 desató en Pregonero
la Pasión pasión por el fútbol.
Cuando la selección de Brasil conquistó la copa Jules Rimet, al sumar la tercera estrella en el mundial de México 1970, en Pregonero se desató la pasión colectiva por el fútbol. Hasta entonces, el béisbol era el juego predilecto de los niños y jóvenes de la época. Hasta el “Estadio 5 de Julio”, como se llamaba el campo deportivo en esos tiempos, estaba diseñado con un verde diamante de arena y grama, con el respectivo montículo. Las estrellas deportivas locales brillaban básicamente en esa disciplina.

Es inexplicable la forma en que llegó a extenderse aquella fiebre repentina entre la población infantil y juvenil de la localidad. Aquel fue el primer mundial en trasmitirse en vivo al mundo entero a través de las pantallas de la televisión. En el pueblo había muy pocos aparatos disponibles y era imposible que todos los niños hubieran alcanzado a ver los partidos televisados. Es probable que la radio haya ejercido cierta influencia en la fantasía infantil y juvenil de aquella muchachada.

Cualquiera calle era ideal para jugar al futbol
La memoria ni siquiera alcanza a recordar cómo se difundieron los nombres de aquellos héroes continentales. Pero estaban a la orden del día en la boca de cualquier párvulo: Pelé, Rivelinho, Tostao, Gerson, Jairzihno y otros. De pronto, los nombres se confundían con otras generaciones de atletas mundialistas del mismo país, como Garrincha, Didí, Vavá, Zagalo. El nombre del arquero Félix estaba en la mente de todo aquel que cumpliera el rol de guardapalos.

Lo curioso del caso es que no se sabía si los niños imitaban a los comentaristas y narradores o a los mismos jugadores. Lo cierto es que el mozalbete cumplía los dos roles al mismo tiempo. Previamente había logrado que el resto del equipo lo aceptara en el papel de cualquier crack. Mientras el mozo hacía una supuesta gambeta o un pase de triangulación carioca, al mismo tiempo iba narrando las hazañas: Pelé toca la pelota, se la pasa a Rivelinho, Rivelinho a Tostao, Tostao a Pelé y gooooooool.

El futbol se impuso en las calles
de Pregonero con muchachos descalzos
Como en los tiempos de infancia no había suficiente dinero para comprar una pelota de verdad, la situación se resolvía con una estrategia infantil sencilla y simple: un envoltorio de papeles amarrados con una cuerda y con una pequeña piedra en el centro para que hiciera peso, servía como improvisada esférica para emular las hazañas de los héroes de turno. No había obstáculos a la hora de poner a andar la imaginación infantil para robarle inolvidables momentos de alegría a la ociosidad.

Se entienden las razones por las cuales todos querían formar parte del equipo de Brasil. De allí viene la gran fanaticada que actualmente existe en Pregonero a favor del equipo carioca. ¿Cuál muchacho de la época no llegó a sentirse como el propio Rey Pelé, especialmente cuando anotaba un gol de antología? Descalzos, los pies llenos de callos, con los pantalones raídos por el uso y llenos de sudor, la chiquillada aprendió a superar las privaciones de la pobreza y a fantasear con el fútbol…

José de la Cruz García Mora

viernes, 26 de julio de 2013

Tras las huellas del saber

En diversas tertulias se suelen discutir las razones por las cuales existen relaciones tan profundas entre los habitantes de los Barrios Corea y El Calvario con el Grupo Escolar Nacional Sánchez Carrero. Así se llamaba la institución antes de convertirse en Escuela Bolivariana. Cada mañana, cuando los primeros rayos del sol despuntan por encima del horizonte en las Lomas de San Ignacio, los niños y jóvenes de estas populosas barriadas ya están en las calles, preparándose para la faena escolar.
Ellos vienen desde el sur, allá abajo en el pie del pueblo. Cada día atraviesan la población de largo a largo, para ir en pos de la mágica aventura del saber, allá en el norte, en las cabeceras del pueblo. Es allí donde funciona la institución educativa más antigua de Pregonero. Hay un cordón umbilical que une los sentimientos entre la escuela y la comunidad. Las madres se encargan de mantener viva la identidad filial con la vieja Escuela Federal para Varones, como se llamaba a comienzos del siglo XX.
Nadie sabría explicar el origen de esta vieja costumbre de la gente de Corea. Es posible que cada estudiante tenga una razón propia. La Escuela José Ignacio Cárdenas está mucho más cerca, en los términos del Barrio Potreritos. Unos pocos van allí. Incluso, la escuela funcionó en las instalaciones de la Casa Parroquial El Carmen, prácticamente al lado de estos barrios. Pero se hizo común inscribir a los párvulos en el Grupo. Algo de magia hay en esta tradición colectiva.
Cuando la memoria comienza a jugar con los recuerdos de la infancia, buscando explicación lógica a este vínculo afectivo, aparece la figura paternal de don José Julian Pernía (don Julio) como referente simbólico. Él era bedel del Grupo Sánchez Carrero y vecino del Barrio Corea. Por eso se convirtió en acompañante frecuente en el recorrido diario hacia la luz del entendimiento. Es imposible olvidar la figura de aquel hombre circunspecto y hasta silencioso, alto y flaco, responsable y puntual.
Todas las mañanas salía de la casa y echaba a andar con paso firme hacia el destino laboral. La muchachada siempre iba a la zaga, en parejas o tríos, hablando y corriendo para no quedarse atrás. El retorno al hogar era otra cosa. Pero el ritual mañanero permanece fresco en la memoria. El caballero poco conversaba con los chicos: sus hijos y los amigos de estos. Tras las huellas de don Julian Pernía, los niños de Corea aprendían a consagrar relaciones de identidad con el grupo escolar.
Otras generaciones más recientes asocian el vínculo con las maestras o empleadas que vivían en la parte sur de la ciudad: Aura de Pernía o Evangelina Roa de Pernía. También con doña Josefa Camacho, bedel de la institución. Ahora todos están jubilados. Pero persiste la tendencia y los niños siguen subiendo, como toda la vida, a cobijarse con el manto de la sabiduría en el Grupo Sánchez Carrero. Ellos sonríen llenos de esperanza y apuran el paso para llegar a la escuela…

José de la Cruz García Mora



Tenía que ser la Rosca de Los Canos

          Hubo una época en la que era casi un delito la práctica deportiva en Pregonero. Como no había canchas públicas, la muchachada solía saltarse los enrejados y entrar furtivamente a jugar baloncesto en las instalaciones deportivas de las escuelas. No había maldad en tales acciones juveniles. Sólo el deseo de competir, distraer la mente y fortalecer el cuerpo, como manda el precepto latín de la competitividad olímpica: “mente sana en cuerpo sano”. Pero, de pronto, llegaba la policía y entonces, todos eran capaces de romper el record mundial de velocidad, huyendo de los uniformados.
          “Los Canos” eran realmente unos tipos arrechos. Sólo ellos podían lograr que las monjas abrieran las puertas del Colegio Santa Mariana de Jesús, durante los fines de semana o en vacaciones, para que los neófitos practicantes del baloncesto y el volibol descubrieran la pasión telúrica por el deporte de las canastas, o el de las mallas. Ambos deportes siempre estuvieron muy ligados y usualmente se practicaba uno u otro. En otras ocasiones, había que invadir subrepticiamente el Liceo Francisco de Borja y Mora, o la Escuela José Ignacio Cárdenas, allá en el Barrio Potreritos, cuyas canchas sirvieron de escenario para formar aquellas generaciones deportivas.
          Aquella era una pléyade de excelentes y competitivos atletas. Iván, Gerardo “Chupapiedra” y Carlos Andrés Pérez, Jesús “Pirín” Guerrero, Nolberto “Toño” Avellaneda, Wolfang Buitrago, Nelson “Chiquitín” Suárez, Samuel “Puerca” Ramírez, José “Perra” Suárez, Rubén “Becerro” Guerrero, José Bonifacio Contreras, Gerardo “Tabaco” Rujano, Erasmo “Bujía” Suárez, entre otros jóvenes que ahora escapan a la memoria. No todos vivían en Capacho, pero solían juntarse para disfrutar candentes tardes deportivas, unidos por el deseo de multiplicar la adrenalina y disfrutar el placer de alcanzar la victoria.
Foto: Reencuentro de las Glorias del Baloncesto Uribantino (20 de julio de 2013) (José de la Cruz García: De espaldas)
          Antes de ellos hubo atletas de grandes quilates como Jesús “Chucho” Guerrero, “Moncho” Morales, Orlando Suárez, Jesús “Chucho Muelas” Méndez, "Manolo Ramírez" y otros que también escapan a la memoria. Los recuerdos apenas alcanzar para registrar la rivalidad con “Los Canos”. En aquella época también llegaron gentes de otras ciudades que ofrendar su pasión baloncetista y/o volibolista en la localidad. El ingeniero Evelio Duque, Idelmaro “Pelotas” Molina, Willian “Maracucho” Cepeda, entre otros.
Selección Liborja, Década de los 80
          Muchos equipos se organizaron con el sólo propósito de vencer a los capacheros en la cancha deportiva, como el club San Antonio o Cine Uripreg. Los morochos Iván y Alexander Ramírez, Walter “Barrigas” Andrade, Gerardo Ramírez Ardila, Emiliano “El Silbón” Devia, Héctor “Gato” Rosales, José Candelario Márquez, Abildo Roa, Simón “Tito” Mora, José de la Cruz “Pato” García, Miguel “Anémico” y José “Cheo Gato” Moreno, Gilberto “Macarrón” Sánchez, Humberto “Panquemao” Ramírez, Yovanny “Panadero” Ramírez, Juvel Moncada, Rubén “Monopeludo” Ramírez, Moncho “Potosí” Zambrano, “Moncho Rata”, Valois Gil y Danielo Rondón, entre otros.
         A veces aparecían en escena las respetables figuras del profesor Américo Roa Ramírez o Fermín Crespo, quienes hacían gala de experiencia y veteranía dentro de la cancha. Ellos venían de otra generación anterior y a pesar de la edad, siguieron mostrando el ejemplo de combatividad y compromiso con el juego limpio.
          Posteriormente se formó otra generación de basquetbolistas o voleibolistas: Gregory Medina, Rosnel y Ronald Medina, Jhon “Tiza” Peña, Luis “Perro” Márquez, Américo Roa Pernía, Yilber y Rosman Márquez Suárez, Leonel y Alexander Ramírez, Hender Suárez, Raimer Márquez, Oswaldo Moreno, Armando Romero, Heberson Pérez, Heber Ramírez, Alexis “Mascamodes” Castro, Héctor Martínez, Gerardo Gil, Luis “Picaojos” Ramírez, Luis “Cano” Pérez, los hermanos Eduardo “Bollete” y Andrés Azuaje, Luis “Vaquero” Moreno, Agner Moncada, Jesús y Pedro Avellaneda, Omar “Cabezón” Medina, así como los hermanos Levis, Oswaldo y Rosnel Pérez, entre otros. Es la época de la rivalidad entre el equipo Plaza Miranda, San Antonio, Potreritos y Capacho

          La calidad del baloncesto se perdió desde el instante en que le colocaron cercados a la cancha del Parque Coromoto. Entonces llegaron los futbolistas y se apoderaron del escenario. A partir de entonces la práctica del baloncesto ya no tuvo el entusiasmo de aquella época dorada, cuando la “Rosca de los Canos” prendía los ánimos de la sana competitividad entre la juventud local. Es probable que entre los competidores también dejara de aplicarse la famosa “Ley del Embudo: todo para adentro, nada para afuera”…


José de la Cruz García Mora

Entrada

Saludos.

Le damos la más cordial bienvenida a todos los visitantes de este blog. Aquí se publican algunas crónicas sobre Pregonero y Uribante. Todas ellas han sido escritas por el Geógrafo José de la Cruz García Mora, Cronista Oficial de la Ciudad de Pregonero. Los textos se basan en recuerdos personales del autor, correspondientes a la época de su infancia, juventud y madurez. En los artículos se quiere exaltar la figura de algunos hombres y mujeres que en diversos momentos contribuyeron a construir el ideario y la identidad del pueblo. También se describen algunos hechos singulares de la comunidad.

Los artículos forman parte de un libro inédito, el cual aún no tiene nombre. Incluso, aún falta por terminar algunas crónicas. Poco a poco se irán publicando las entradas que ya están listas, con el propósito de promocionar los hechos y personas que entregaron todo su aporte en las distintas actividades populares de Pregonero.

Gracias por la lectura. Agradecemos enormemente los comentarios y las contribuciones.


José de la Cruz García Mora

josegarmo@yahoo.com
josegarmo19@gmail.com