Gilberto Pineda se llamaba el personaje.
Pero en el pueblo todo lo conocían popularmente por el apodo de
"Candanga". Vivía allá en Las Lomas, en el camino hacia El Bolón.
Posteriormente, cuando las condiciones económicas e hicieron más sólidas, estableció
el hogar en el Barrio Moscú o Santa Eduvigis. Durante muchos años se desempeñó
como verdulero ambulante. Todos los días se veía por las principales calles de
Pregonero, ofreciendo verduras y hortalizas frescas para el consumo diario.
Generalmente, los vendedores
ambulantes, cuando van de puerta en puerta, ofrecen al público mercancías
secas. Pero no es habitual observar el ofrecimiento de productos muy
perecederos, como tomates, cebollas, zanahorias, papas, cebollín, cilantro, perejil,
auyamas, pimentones y otros rubros necesarios para la condimentación de los
alimentos diarios. Lo común es que las mismas amas de casa salgan al abasto a
adquirir estos productos cuando las despensas se vacían de manera temporal.
"Candanga" llegó a entender
muy bien la idiosincrasia de las cocineras en la preparación del almuerzo.
Sabía que en momentos de apremio muchas veces no queda tiempo para abandonar la
faena gastronómica y acudir al mercado a reponer los productos faltantes. El
hombre recibió muchas bendiciones femeninas, al pasar oportunamente por una
calle y resolver el problema momentáneo de cualquier ama de casa, ofreciendo
exactamente el producto que estaba faltando para completar el menú diario.
El hombre tenía que sudar la gota
gorda, empujando la vetusta carretilla de madera y ruedas de palo por las
calles de Pregonero. Posteriormente aplicó el ingenio popular en el
acondicionamiento de un carromato, con ruedas de bicicleta y un toldo de lona,
para atenuar la incidencia de los rayos solares sobre los productos. A veces es
difícil explicar dónde cabían tantas cosas. "Candanga" los ofrecía en
aquellos rústicos cajones ambulantes de construcción artesanal, movidos por la
fuerza humana.
Sólo las personas que conocen a
profundidad los patrones culturales de un pueblo logran alcanzar el éxito en
una empresa tan peculiar como la venta de hortalizas y verduras frescas. Hay
que tener sentido exacto de las proporciones para minimizar las pérdidas por el
deterioro de los productos. Gilberto Pineda conocía todos los secretos del arte
culinario de las damas uribantinas. Él iba por las calles, haciendo sonar la
bocina del carruaje, muy seguro de que las damas saldrían a comprar los
productos.
Es imposible olvidar la clásica figura
del veterano trabajador ambulante: sombrero blanco de caña, camisa manga corta
a medio abrir y el pecho descubierto, alpargatas criollas de hilo, pantalón de
poliéster y el infaltable palillo monda dientes. Dicen las malas lenguas que
éstos palillos son el símbolo identificatorio de los hombres que son tacaños
hasta consigo mismos. Pero al final de los días, el hombre se convirtió en
frecuente prestamista de pequeños y medianos montos.
José
de la Cruz García Mora
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