domingo, 28 de julio de 2013

A la diez la quiero en casa

          En la evolución sociológica de los pueblos, todos los padres parecieran estar cortados con la misma tijera. Es la única conclusión a la que se llega cuando se analiza el comportamiento habitual de los respectivos jefes de hogar. Determinadas conductas obedecen al progreso de los tiempos. Con toda seguridad, ellos no se ponen de acuerdo previamente para actuar de similar manera, pero en todos los hogares aparecen las mismas consignas, reglas, fijaciones y restricciones.
          La reflexión viene a cuento por la conducta actual de las jóvenes frente a las fiestas y templetes. A las 11 de la noche apenas se están arreglando para salir a disfrutar de la parranda pueblerina y vaya usted a saber la hora en que retornan al hogar, si es que lo hacen… En aquellos tiempos de infancia y juventud, cuando las prohibiciones estaban a flor de piel, las órdenes eran tajantes y se cumplían al pie de la letra:
          — A las diez la quiero en casa.
          A esa hora ninguna quinceañera estaba sola en la calle. Las menores de dieciocho a lo sumo tenían permiso hasta la medianoche, siempre que estuviera con una hermana mayor. Las solteras mayores de edad ni por asomo permanecían más allá de las 2 y las fiestas muy buenas apenas duraban hasta las 3 de la madrugada. La única manera de que una jovencita permaneciera en la fiesta más allá de los tiempos indicados es que los padres hicieran el sacrificio de trasnocharse y acompañar a la hija.
          A las 7 de la noche comenzaba a sentirse el ambiente musical, con la frecuente amenización de la “Cumbre Discotheque”, propiedad de Lizardo Quintero, para entonces estudiante universitario. Es imposible olvidar la necia cantaleta del tipo, preguntando de manera socarrona a través de los micrófonos: ¿Y dónde está el niño? La “Swing Dance Discotheque”, propiedad de José Suárez, también mostraba la diversidad en el repertorio musical para el deleite de los asistentes.
          El asunto consistía en que cualquier pareja saliera a la pista para iniciar la rumba. Los jóvenes no tenían remilgos en ese sentido. A la memoria llegan las figuras de Chepo, Magaly Vivas, Rosalba Ramírez, Alipio García, por sólo nombrar unos cuantos jóvenes entusiastas, poniéndole ritmo, sabor y movimiento a la fiesta. En la mentalidad de aquellos adolescentes había una cosa clara: las niñas debían estar en casa a más tardar a las 11 de la noche, incluyendo una hora de retraso.       
          Eso sí, había una regla de oro en aquellos tiempos: si una dama adulta rechazaba la invitación de un caballero a bailar una pieza, no podía hacerlo con nadie más, porque se podía llevar una buena sorpresa. Por precaución, ellas tomaban un breve descanso de dos o tres piezas. Las más jovencitas, en cambio, bailaban con entusiasmo y frenesí, hasta que llegaba la hora de emprender veloz carrera hasta la casa para llegar a tiempo y evitar el seguro castigo de los padres.      
 José de la Cruz García Mora

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