En diversas tertulias se suelen discutir las razones por las cuales existen relaciones tan profundas entre los habitantes de los Barrios Corea y El Calvario con el Grupo Escolar Nacional Sánchez Carrero. Así se llamaba la institución antes de convertirse en Escuela Bolivariana. Cada mañana, cuando los primeros rayos del sol despuntan por encima del horizonte en las Lomas de San Ignacio, los niños y jóvenes de estas populosas barriadas ya están en las calles, preparándose para la faena escolar.
Ellos vienen desde el sur, allá abajo en el pie del pueblo. Cada día atraviesan la población de largo a largo, para ir en pos de la mágica aventura del saber, allá en el norte, en las cabeceras del pueblo. Es allí donde funciona la institución educativa más antigua de Pregonero. Hay un cordón umbilical que une los sentimientos entre la escuela y la comunidad. Las madres se encargan de mantener viva la identidad filial con la vieja Escuela Federal para Varones, como se llamaba a comienzos del siglo XX.
Nadie sabría explicar el origen de esta vieja costumbre de la gente de Corea. Es posible que cada estudiante tenga una razón propia. La Escuela José Ignacio Cárdenas está mucho más cerca, en los términos del Barrio Potreritos. Unos pocos van allí. Incluso, la escuela funcionó en las instalaciones de la Casa Parroquial El Carmen, prácticamente al lado de estos barrios. Pero se hizo común inscribir a los párvulos en el Grupo. Algo de magia hay en esta tradición colectiva.
Cuando la memoria comienza a jugar con los recuerdos de la infancia, buscando explicación lógica a este vínculo afectivo, aparece la figura paternal de don José Julian Pernía (don Julio) como referente simbólico. Él era bedel del Grupo Sánchez Carrero y vecino del Barrio Corea. Por eso se convirtió en acompañante frecuente en el recorrido diario hacia la luz del entendimiento. Es imposible olvidar la figura de aquel hombre circunspecto y hasta silencioso, alto y flaco, responsable y puntual.
Todas las mañanas salía de la casa y echaba a andar con paso firme hacia el destino laboral. La muchachada siempre iba a la zaga, en parejas o tríos, hablando y corriendo para no quedarse atrás. El retorno al hogar era otra cosa. Pero el ritual mañanero permanece fresco en la memoria. El caballero poco conversaba con los chicos: sus hijos y los amigos de estos. Tras las huellas de don Julian Pernía, los niños de Corea aprendían a consagrar relaciones de identidad con el grupo escolar.
Otras generaciones más recientes asocian el vínculo con las maestras o empleadas que vivían en la parte sur de la ciudad: Aura de Pernía o Evangelina Roa de Pernía. También con doña Josefa Camacho, bedel de la institución. Ahora todos están jubilados. Pero persiste la tendencia y los niños siguen subiendo, como toda la vida, a cobijarse con el manto de la sabiduría en el Grupo Sánchez Carrero. Ellos sonríen llenos de esperanza y apuran el paso para llegar a la escuela…
Ellos vienen desde el sur, allá abajo en el pie del pueblo. Cada día atraviesan la población de largo a largo, para ir en pos de la mágica aventura del saber, allá en el norte, en las cabeceras del pueblo. Es allí donde funciona la institución educativa más antigua de Pregonero. Hay un cordón umbilical que une los sentimientos entre la escuela y la comunidad. Las madres se encargan de mantener viva la identidad filial con la vieja Escuela Federal para Varones, como se llamaba a comienzos del siglo XX.
Nadie sabría explicar el origen de esta vieja costumbre de la gente de Corea. Es posible que cada estudiante tenga una razón propia. La Escuela José Ignacio Cárdenas está mucho más cerca, en los términos del Barrio Potreritos. Unos pocos van allí. Incluso, la escuela funcionó en las instalaciones de la Casa Parroquial El Carmen, prácticamente al lado de estos barrios. Pero se hizo común inscribir a los párvulos en el Grupo. Algo de magia hay en esta tradición colectiva.
Cuando la memoria comienza a jugar con los recuerdos de la infancia, buscando explicación lógica a este vínculo afectivo, aparece la figura paternal de don José Julian Pernía (don Julio) como referente simbólico. Él era bedel del Grupo Sánchez Carrero y vecino del Barrio Corea. Por eso se convirtió en acompañante frecuente en el recorrido diario hacia la luz del entendimiento. Es imposible olvidar la figura de aquel hombre circunspecto y hasta silencioso, alto y flaco, responsable y puntual.
Todas las mañanas salía de la casa y echaba a andar con paso firme hacia el destino laboral. La muchachada siempre iba a la zaga, en parejas o tríos, hablando y corriendo para no quedarse atrás. El retorno al hogar era otra cosa. Pero el ritual mañanero permanece fresco en la memoria. El caballero poco conversaba con los chicos: sus hijos y los amigos de estos. Tras las huellas de don Julian Pernía, los niños de Corea aprendían a consagrar relaciones de identidad con el grupo escolar.
Otras generaciones más recientes asocian el vínculo con las maestras o empleadas que vivían en la parte sur de la ciudad: Aura de Pernía o Evangelina Roa de Pernía. También con doña Josefa Camacho, bedel de la institución. Ahora todos están jubilados. Pero persiste la tendencia y los niños siguen subiendo, como toda la vida, a cobijarse con el manto de la sabiduría en el Grupo Sánchez Carrero. Ellos sonríen llenos de esperanza y apuran el paso para llegar a la escuela…
José de la Cruz García Mora
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