jueves, 12 de septiembre de 2013

Échele agua a la Leche

          Cuando un campesino viene el pueblo siempre usa el mejor atuendo y la ropa más nueva. No pasa exactamente lo mismo cuando un citadino se prepara para visitar el campo. He ahí una gran diferencia en la concepción del respeto y la consideración al prójimo. En el marco de esta cultura de limpieza, entre los habitantes del sector rural, nació la costumbre de lavarse los pies y cambiarse las alpargatas o la ropa en los ríos y quebradas ubicadas en las entradas del pueblo.
          Eso era lo que hacía todos los días Calixto Contreras bajo el puente de La Vega. El hombre era un vendedor de leche radicado en la aldea Palmarito, exactamente en la entrada actual de La Cañabrava. Muy temprano, al rayar el sol de la mañana, siempre se le veía bajar caminando con paso cansino, con varias pimpinas terciadas al hombro. Luego subía al pueblo y ofrecía el producto de puerta en puerta.
          — Échele agua a la leche para que rinda
          Así le solían gritar los muchachos al anciano, escondidos en cualquier lugar, mientras este se arreglaba la ropa y el calzado para entrar al pueblo. Nunca falta el pícaro joven dispuesto a zaherir a las personas que trabajan honestamente, para ganarse el sustento diario como lo mandan los preceptos de Dios. Realmente, no había mala fe en aquellas actitudes prejuveniles, sólo el propósito de sacar a la gente de las casillas. Pero, inadvertidamente, llegan a convertirse en verdaderas ofensas.
          Calixto Contreras era un hombre más bien bajo de estatura. Pero con un corazón enorme, noble y generoso. Quizá los muchachos de la época no entendían la magnitud de las tareas emprendidas por el campesino ejemplar en pro del pueblo. La preocupación jamás fue "echarle agua a la leche", como creían erróneamente los echadores de broma, sino "ponerle leche" a la vida de niños y jóvenes, para que el crecimiento fisiológico respondiera a los nutrimentos de la alimentación fresca y sana.
          Llamaba la atención el terco empecinamiento del hombre en hacer la jornada a pie, desde la unidad de producción hasta el pueblo. Ya estaba en servicio el transporte público prestado por la Línea Uripreg, primero en camiones con estacas y luego en los llamados “chasis largo”. Pero él nació para andar y desandar caminos. A pesar de la avanzada edad, el rostro nunca denotó síntomas de cansancio. Primero estaba el deber de surtir el pueblo con un alimento indispensable y nutritivo.
          En muchas ocasiones, junto al caballero andante, venía la hermana Marcelina Contreras, casi tan anciana como él, con el infaltable paraguas en la mano, seguramente a cumplir con los rituales religiosos, visitar otros familiares o hacer el mercado semanal. Ella destacó siempre por mostrarse bien emperifollada y perfumada, atendiendo la costumbre rural de vestir la mejor gala cuando se visita el pueblo. Es sabia la lección que los campesinos saben darle a los engreídos del pueblo.
José de la Cruz García Mora



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