Cuando un campesino viene el pueblo
siempre usa el mejor atuendo y la ropa más nueva. No pasa exactamente lo mismo
cuando un citadino se prepara para visitar el campo. He ahí una gran diferencia
en la concepción del respeto y la consideración al prójimo. En el marco de esta
cultura de limpieza, entre los habitantes del sector rural, nació la costumbre
de lavarse los pies y cambiarse las alpargatas o la ropa en los ríos y
quebradas ubicadas en las entradas del pueblo.
Eso era lo que hacía todos los días
Calixto Contreras bajo el puente de La Vega. El hombre era un vendedor de leche
radicado en la aldea Palmarito, exactamente en la entrada actual de La
Cañabrava. Muy temprano, al rayar el sol de la mañana, siempre se le veía bajar
caminando con paso cansino, con varias pimpinas terciadas al hombro. Luego
subía al pueblo y ofrecía el producto de puerta en puerta.
— Échele agua a la leche para que rinda
Así
le solían gritar los muchachos al anciano, escondidos en cualquier lugar, mientras
este se arreglaba la ropa y el calzado para entrar al pueblo. Nunca falta el
pícaro joven dispuesto a zaherir a las personas que trabajan honestamente, para
ganarse el sustento diario como lo mandan los preceptos de Dios. Realmente, no
había mala fe en aquellas actitudes prejuveniles, sólo el propósito de sacar a
la gente de las casillas. Pero, inadvertidamente, llegan a convertirse en
verdaderas ofensas.
Calixto Contreras era un hombre más
bien bajo de estatura. Pero con un corazón enorme, noble y generoso. Quizá los
muchachos de la época no entendían la magnitud de las tareas emprendidas por el
campesino ejemplar en pro del pueblo. La preocupación jamás fue "echarle
agua a la leche", como creían erróneamente los echadores de broma, sino
"ponerle leche" a la vida de niños y jóvenes, para que el crecimiento
fisiológico respondiera a los nutrimentos de la alimentación fresca y sana.
Llamaba la atención el terco
empecinamiento del hombre en hacer la jornada a pie, desde la unidad de
producción hasta el pueblo. Ya estaba en servicio el transporte público
prestado por la Línea Uripreg, primero en camiones con estacas y luego en los
llamados “chasis largo”. Pero él nació para andar y desandar caminos. A pesar
de la avanzada edad, el rostro nunca denotó síntomas de cansancio. Primero estaba
el deber de surtir el pueblo con un alimento indispensable y nutritivo.
En muchas ocasiones, junto al caballero
andante, venía la hermana Marcelina Contreras, casi tan anciana como él, con el
infaltable paraguas en la mano, seguramente a cumplir con los rituales
religiosos, visitar otros familiares o hacer el mercado semanal. Ella destacó
siempre por mostrarse bien emperifollada y perfumada, atendiendo la costumbre
rural de vestir la mejor gala cuando se visita el pueblo. Es sabia la lección
que los campesinos saben darle a los engreídos del pueblo.
José
de la Cruz García Mora
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