sábado, 21 de septiembre de 2013

Pasteles de Arroz y chispitas de carne

          Seguramente, en ciertas ocasiones, algunos muchachos han salido por las calles del pueblo en calidad de vendedores ambulantes, ofreciendo al público algunos productos de consumo inmediato: pasteles, helados, cotufas, empanadas, coquitos, vikingos, cocadas o cualquier merienda. La idea tal vez sea asegurar el ingreso de algunas monedas para satisfacer algún capricho momentáneo. Pero hay jóvenes que convirtieron la experiencia en tradición y herencia familiar.
          El asunto es ejemplo claro del verdadero relevo generacional. Allí nadie quiere perpetuarse en el oficio. El servicio se presta durante unos cinco años, mientras se pasa de niño a adolescente. Una vez que el bozo está bien poblado, para decirlo en términos populares, el cargo le corresponde al menor que sigue en la crianza, porque el chico busca otros destinos mejor remunerados. Si todos los hijos se hacen adultos, entonces, el papel de vendedor corresponde a los nietos.
          Liceria Montilva de Sánchez y Lucila Durán son mujeres que han visto crecer los hijos y nietos en las faenas del trabajo. A Valmore, Julio y Armando, los hijos de Lucila Durán, así como al nieto Cristian, siempre se les vio por las calles del pueblo, con la canasta al brazo, ofreciendo “pasteles de arroz con chispitas de carne”, como ellos mismos pregonaban a los cuatros vientos para cautivar a la clientela. Ahora le toca a la misma Lucila Durán, porque todos los hijos y nietos se hicieron hombres.
          Lo mismo puede decirse de Agustín, Ramón “Palo ‘e Coca”, Jorge “Tripón”, Elizabeth y Gabaldoni Sánchez Montilva, los hijos de Liceria Moltilva, así como de Jonathan, el nieto de la dama. Seguramente, otros hijos y nietos en algún momento también fueron fieles exponentes de la tradición familiar. Pero en las capturas memorísticas no se conservan registros visuales del desempeño de los mismos por las calles de la ciudad, en busca de clientes para despachar la mercancía.
          Ellos salían consuetudinariamente a vender las ricas meriendas, con la canasta terciada en el brazo izquierdo y el picante en la mano derecha. Es una imagen clara, persistente e imborrable. En los recuerdos también aparecen los hermanos Rubén y Rodolfo Méndez, aunque la gente los identifica por el apellido Camacho, vendiendo los ricos y crujientes pasteles preparados por doña Catalina de Buitrago. Ellos también sacrificaron muchas horas de la niñez en responsabilidades laborales.
          El trabajo infantil es una de las demandas que la modernidad intenta suprimir a toda costa, evitando que los niños asuman responsabilidades en la producción de dividendos económicos. Pero cuando los imperativos del hogar exigen el concurso de los familiares en tareas remunerativas para complementar el ingreso de la casa, estos se convierten en baluartes de lucha y trabajo, sacrificando largas horas de juego y diversión, para contribuir con la economía hogareña…

José de la Cruz García Mora

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