jueves, 12 de septiembre de 2013

Las Arepas de Ramón Suárez

          Para los Chácaros es sagrada la hora del puntal. Ningún obrero cumpliría con eficacia las labores encomendadas diariamente, si no estuviera suficientemente abastecido de alimentos durante toda la jornada. Es la lógica del equilibrio entre el desgaste y la reposición de energía. El estipendio por la venta de la fuerza de trabajo incluye desayuno, almuerzo y puntal, especialmente en las faenas agrícolas y pecuarias. Incluso, la costumbre también vale en el perímetro urbano en labores de construcción.
          Los que trabajan en otras áreas necesitan resolver el problema de la ingesta de comida por diversas vías. Los establecimientos gastronómicos y los vendedores ambulantes son parte de la solución. En el sector de Capacho, exactamente en el cruce de la carrera 2 con calle 3, el negocio de Ramón Suárez sirvió durante muchos años como punto de encuentro para los comensales ambulantes. Estudiantes, mecánicos, chóferes, empleados públicos, eran los clientes más asiduos.
          Ramón Suárez tenía una bodega para la venta de víveres al detal, como cualquier otro comerciante de la época. Nadie iba a bajar desde la bomba o el liceo, o subir desde la Plaza Bolívar o El Calvario, para comprar una sardina o un kilo de azúcar en aquel negocio. La necesidad la podía satisfacer prácticamente al lado o al frente de la casa. Una de las peculiaridades económicas de Pregonero siempre ha sido la proliferación de dos, tres y hasta cuadro bodegas por cada cuadra.
          El atractivo del local eran las deliciosas arepas rellenas preparadas diariamente por la esposa del comerciante, la señora Alix de Suárez. Es curioso el machismo implícito en las relaciones dialógicas de los ciudadanos. Todo mundo sabía que el gusto y la sazón de aquellos exquisitos aperitivos venían de la cocina hogareña de la dama en mención. Ella era la encargada de poner la masa y el guiso a punto. La función del caballero consistía solamente en entregarlas a la clientela.
          Pero llegada la hora del desayuno o puntal, el imperativo se hacía común: “Vamos a comer arepas donde Ramón Suárez”. Sólo había algo malo para los jóvenes de aquella época: no había suficiente dinero para comprar el exquisito alimento. Pero de cualquier manera se las arreglaban los muchachos del liceo para ponerse a la altura de los demás clientes de la bodega. Allí llegaban en grupitos de dos, tres, cuatro y hasta cinco estudiantes a degustar las delicias de la casa.
          Un día Ramón Suárez marchó a San Cristóbal, a buscar mejores horizontes para los hijos que empezaban a estudiar en la universidad. Dicen que en el barrio donde se estableció pronto logró recuperar la clientela de Chácaros. Los coterráneos residenciados en la ciudad encontraron allí un punto de encuentro, no sólo para comer el delicioso aperitivo, sino para intercambiar opiniones y enriquecer la tertulia, recordando anécdotas y situaciones vividas en el lugar de origen…
José de la Cruz García Mora



No hay comentarios:

Publicar un comentario