jueves, 12 de septiembre de 2013

Vaya a soplar el fogón

          En los hogares humildes de Pregonero, los clásicos fogones de leña llegaron a impregnar literalmente de humo muchas cocinas, ropas tendidas al sol y todo lo que dentro de la casa estuviera expuesto a la humareda. Casi nunca había dinero para darse otros gustos más exquisitos en materia de infraestructura gastronómica. Sólo los ricachones podían mandar a construir cocinas a estufa. Pero la gente del pueblo vivía conforme con los típicos fogones de leña…
          Tres piedras de tamaño discreto, colocadas en ángulo preciso, o una armazón de hierro, eran elementos suficientes para montar las ollas y preparar los alimentos, al calor de las brasas ardientes. A los niños y jóvenes les correspondía la responsabilidad de aprovisionar suficientes maderos secos para el gasto diario de la casa, mientras los mayores trabajaban con el hacha en la preparación de las astillas. Era usual ver rimeros de maderos secos perfectamente organizados en cualquier aposento.
          Cualquier infante o mozalbete podía ir gustoso al río a bañarse, comer naranjas, guayabas o mangos verdes. Tal vez a buscar lechosas, chayotas, aguacates u otras verduras en los solares ajenos. Recoger leña, en cambio, significaba retornar lleno de hormigas y residuos de madera por todo el cuerpo. Para las muchachas también era otro martirio ir a la cocina humeante a soplar el fogón para avivar la llama, con una tapa mugrienta y destartalada o simplemente con la boca.
          La llegada de las cocinas a querosén aliviaron un poco las responsabilidades infantiles y juveniles. Pero la verdadera bendición vino con las cocinas a gas. Las mismas eran muy onerosas y no estaban al alcance de los humildes vecinos. Sin embargo, poco a poco, la comodidad se impuso sobre las privaciones. Entonces, el servicio de gas se hizo indispensable para todas las familias. En Pregonero surgieron dos empresas para atender las crecientes demandas de los vecinos del pueblo.
          Son muy débiles los recuerdos sobre Miguel Suárez y Amadeo Morett, los administradores iniciales de una y otra empresa. Pero la imagen infatigable de José Pinzón, o el rostro circunspecto de los hermanos Maro y Jairo Morett (Ovallos), alcanzan mayor frescura cuando el camión distribuidor pasa por el frente de las casas y el nítido tintineo de las bombonas hace disparar los mecanismos de la memoria. Durante varias décadas surtieron del combustible gasífero a los hogares locales.
          Hoy día las cosas han cambiado. Amadeo Ovalles impuso el trato afable hacia los clientes, mientras que José Pinzón pasó a retiro, dejando como encargados del servicio a los hijos, o a algunos empleados. Pero ambas familias perduran en el tiempo como testimonio fehaciente de los cambios que produce la modernización en la cultura de los Chácaros. Ya no hace falta arrumar leña seca ni soplar el fogón. Ahí están las empresas de gas para surtir a la clientela.

José de la Cruz García Mora

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