En
los hogares humildes de Pregonero, los clásicos fogones de leña llegaron a impregnar
literalmente de humo muchas cocinas, ropas tendidas al sol y todo lo que dentro
de la casa estuviera expuesto a la humareda. Casi nunca había dinero para darse
otros gustos más exquisitos en materia de infraestructura gastronómica. Sólo
los ricachones podían mandar a construir cocinas a estufa. Pero la gente del
pueblo vivía conforme con los típicos fogones de leña…
Tres piedras de tamaño discreto,
colocadas en ángulo preciso, o una armazón de hierro, eran elementos
suficientes para montar las ollas y preparar los alimentos, al calor de las
brasas ardientes. A los niños y jóvenes les correspondía la responsabilidad de
aprovisionar suficientes maderos secos para el gasto diario de la casa,
mientras los mayores trabajaban con el hacha en la preparación de las astillas.
Era usual ver rimeros de maderos secos perfectamente organizados en cualquier
aposento.
Cualquier infante o mozalbete podía ir
gustoso al río a bañarse, comer naranjas, guayabas o mangos verdes. Tal vez a
buscar lechosas, chayotas, aguacates u otras verduras en los solares ajenos. Recoger
leña, en cambio, significaba retornar lleno de hormigas y residuos de madera
por todo el cuerpo. Para las muchachas también era otro martirio ir a la cocina
humeante a soplar el fogón para avivar la llama, con una tapa mugrienta y destartalada
o simplemente con la boca.
La llegada de las cocinas a querosén aliviaron
un poco las responsabilidades infantiles y juveniles. Pero la verdadera
bendición vino con las cocinas a gas. Las mismas eran muy onerosas y no estaban
al alcance de los humildes vecinos. Sin embargo, poco a poco, la comodidad se
impuso sobre las privaciones. Entonces, el servicio de gas se hizo indispensable
para todas las familias. En Pregonero surgieron dos empresas para atender las
crecientes demandas de los vecinos del pueblo.
Son muy débiles los recuerdos sobre
Miguel Suárez y Amadeo Morett, los administradores iniciales de una y otra
empresa. Pero la imagen infatigable de José Pinzón, o el rostro circunspecto de
los hermanos Maro y Jairo Morett (Ovallos), alcanzan mayor frescura cuando el
camión distribuidor pasa por el frente de las casas y el nítido tintineo de las
bombonas hace disparar los mecanismos de la memoria. Durante varias décadas
surtieron del combustible gasífero a los hogares locales.
Hoy día las cosas han cambiado. Amadeo
Ovalles impuso el trato afable hacia los clientes, mientras que José Pinzón
pasó a retiro, dejando como encargados del servicio a los hijos, o a algunos
empleados. Pero ambas familias perduran en el tiempo como testimonio fehaciente
de los cambios que produce la modernización en la cultura de los Chácaros. Ya
no hace falta arrumar leña seca ni soplar el fogón. Ahí están las empresas de
gas para surtir a la clientela.
José
de la Cruz García Mora
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