El
deporte de las bielas ha sido una de las grandes pasiones de los uribantinos.
De hecho, es la disciplina que ha dado atletas con mayor proyección regional,
nacional e internacional. La gente puede recordar atletas de la talla de José
Ramón Sánchez, Edecio Hernández, Pedro Mora, Josmer Cuadros, los hermanos Erwin
y Josmer Méndez y otros que han participado en competencias de alto nivel, como
la Vuelta al Táchira, la Vuelta a Venezuela o en algunos eventos de corte
internacional.
Grandes
atletas coronaron de éxitos la carrera deportiva en competencias netamente
locales: Heriberto y Carlos Sánchez, Gerardo y Roberto Arellano, Luis “Chumaco”
Ramírez, Simón “Cabeza ‘e Mango” Zambrano, Amable Hernández, Gonzalo García,
Lenin Sánchez, Freddy Pernía, Adolfo Contreras, Fabio Pernía e incluso Luciano
Sánchez, el eterno ganador de los premios de consolación. Muchos otros nombres
deben estar palpitando en el recuerdo agradecido de los contemporáneos.
Hombres
como Rodrigo Pernía, Julio “Guayas” Duque, Oscar Sánchez, Alipio García y otros
promotores de la actividad calapédica, en distintas épocas, cumplieron roles
como acompañantes en vehículos o motos. Son las imágenes que llegan con mayor
claridad a la memoria cuando se tiende la mirada a las décadas pasadas. La
oportuna ayuda del mecánico es vital a la hora de algún desperfecto en plena
competencia. Gerardo Ayala supo atender a los desafortunados atletas en
momentos de dificultad.
En
la galería de recuerdos no puede faltar la invocación de Bartolo, “el hombre
que se defiende sólo”. Así solía decir al recordar los tiempos de atleta
competitivo. Pero es más claro el recuerdo en el papel de masajista, arte en el
que mostró pericia, compromiso y lealtad hacia los ciclistas. Antes de cada
competencia debía poner a tono la masa muscular de los muchachos. En plena
calle, con el atleta sentado en la acera, Bartolo sabía hacer milagros con las
musculosas piernas de los ciclistas.
El olfato aún parece captar los
penetrantes aromas mentolados de las “fricciones” —así le decían a los
ungüentos— que usaba para tonificar la musculatura de los combativos
deportistas. El hombre hacía gala de increíble agilidad, destreza y maestría al
momento de frotar las fibras contráctiles de los muslos. Sobre la brillante
epidermis del atleta, previamente depilada en casa, hasta los dedos meñiques
aparecían y desaparecían en la rítmica fricción de los músculos masculinos.
Bartolo, como ferviente aficionado del
ciclismo, también fue acompañante, mecánico, “aguatero” y hasta improvisado
director deportivo. La disciplina no tenía secretos para el caballero. Posteriormente,
no se ha visto nadie como él en el rol de masajista, entregado con pasión a la
noble tarea de acondicionar la musculatura de los atletas. Como lo hacía a los
ojos de todo el mundo, la imagen permanece intacta y la memoria es fiel a la
hora de hurgar en el baúl de los recuerdos juveniles.
José
de la Cruz García Mora
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