Hace pocas décadas en Pregonero,
cumplir la mayoría de edad tenía sus pro y sus contra. Con dieciocho años
cumplidos, los muchachos podían entrar sin restricciones al billar, los botiquines,
el cine de censura y otros privilegios vedados a los menores. Pero el temor a
la recluta llenaba de espanto hasta al más pintado. En aquella época, como dice
la canción de Alí Primera, no se sabía si los reclutas iban al cuartel para
servirle a la patria o a los caprichos y antojos de un general.
En
la actualidad, los muchachos se presentan voluntariamente al Servicio Militar
Obligatorio. Allí les brindan oportunidades de estudio y hasta les pagan un
modesto emolumento. Servirle a la patria y vestir el uniforme verde oliva tiene
ahora otras connotaciones más satisfactorias. Antes constituía la amenaza del
desarraigo o la pérdida del estudio, el trabajo y hasta la novia. Por eso era
mejor esconderse y esperar a que pasara la amenaza de la recluta para volver a
salir a la calle.
Pero
los policías eran astutos. A veces adelantaban las redadas y cazaban desprevenido
a más de un renuente. Otras veces, en las semanas precedentes, se hacían
simulacros previos. Los muchachos caían en la trampa y se exponían libremente,
creyendo que el peligro de la recluta había cesado. En casos específicos,
cuando el joven no era del agrado de algún jefe del puesto policial, prefecto o
autoridad del pueblo, el mismo era atrapado aún después de cerrado el proceso y
lo presentaban en Capacho.
Aún muchos recuerdan con desagrado a
Sánchez, un funcionario policial que posteriormente se hizo cargo de la oficina
de Instrucción Militar en Pregonero. La gente solía estar tranquilamente en el
cine del pueblo, observando la película expuesta en cartelera. De pronto se
interrumpía la función. Los agentes policiales controlaban todas las posibles
salidas, mientras el mentado funcionario verificaba personalmente los papeles
de cada joven, seleccionando los aptos para el servicio militar.
En las aldeas, muchos campesinos huían
despavoridos hacia el monte cuando avistaban la patrulla policiaca, dejando
tiradas en el conuco las herramientas de trabajo. Entonces se aplicaba la misma
táctica dilatoria. Los policías iban previamente al campo en recorrida,
simulando otros procedimientos y tareas, hasta que los trabajadores perdían el
sentido de alerta. Era el momento oportuno para empezar la cacería y reclutar
precisamente a quienes tenían mejores facultades para el trabajo.
Al
cuartel de Capacho iban a “jeder” los pobres reclutas de Pregonero. Algunos se
casaron prematuramente para evadir el servicio militar. Otros se lanzaban
peligrosamente desde las patrullas en marcha, poniendo en riesgo incluso hasta
la vida misma. Pero la práctica de la recluta cambio afortunadamente con el
tiempo. Posteriormente, durante varios años, Giovanny Alfonso Di Mino Ramírez
se hizo cargo de la oficina del servicio militar en Pregonero, hasta su
jubilación.
José
de la Cruz García Mora
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