jueves, 15 de octubre de 2015

Se lo va a tragar el arcoiris

          Un niño de Pregonero no podía imaginar los niveles de sabiduría y profunda certeza existentes en las viejas advertencias de los padres. La juventud llega a creer que son simples cantaletas de los progenitores. Lo único que quieren es echarle a perder los planes irracionales a cualquier mozalbete. Los viejos si son supersticiosos, todavía andan creyendo en habladurías y cuentos de caminos. Eso es lo que cualquiera llegar a pensar frente a la reiteración de tales prohibiciones.
          Pareciera que las mismas aún resuenan con claridad y contundencia en el pabellón de la oreja: “No vaya a salir así lloviendo, le puede picar la brisa de arco”, “No pase por debajo de las escaleras, eso es pavoso”, “No se serene, mijo, no ve que eso es dañino”, “No se exponga al aire después de cocinar en el fogón o planchar, se puede torcer la nuca”, “No vaya para el río cuando llueve, las sirenas salen y se llevan a los niños”, “No vaya para la quebrada con esta lluvia, porque se lo va a tragar el arcoíris”.
          Palabra santa que a los muchachos más de una vez les pasó por la cabeza salir en expedición hacia las nacientes de las quebradas aledañas a Pregonero, con la intención de ver al arcoíris tomando agua. Pero algún aura de temor y misterio postergaba para otra oportunidad tales iniciativas. Algunos maestros ya habían dado algunas escuetas explicaciones sobre el fenómeno de refracción de la luz. Pero la negativa de los padres era más fuerte que las inquietudes infantiles y prejuveniles.
          El tiempo pasó y los chicos crecieron rápidamente. Algunos estudiaron en la universidad y el misterio del arcoíris se develó científicamente. Otros formaron nuevos hogares e inventaron otras prohibiciones para los hijos. Pero cuando el recuerdo mira en retrospectiva hacia los tiempos de infancia, no queda otra alternativa sino admirar la sapiencia de aquellos viejos analfabetas. Ellos no habían estudiado ni geografía ni física. Pero la lógica de la experiencia tenía más validez que las todas teorías científicas juntas.
          Cualquiera sabe que exponerse a la brisa es abrir las puertas al catarro. Pasar por debajo de la escalera implica arriesgarse a que un objeto contundente caiga sobre la cabeza del imprudente que no entiende ni respeta las leyes de la gravedad. El trasnocho mina las fuerzas del cuerpo humano. No son las sirenas las que se llevan los niños, sino las impetuosas crecientes de los ríos. El arcoíris no toma agua, pero la repentina crecida de la quebrada es más peligrosa que la del mismo río.
          He ahí la experiencia convertida en sabiduría popular. En los tiempos actuales, en medio de las lluvias torrenciales o tormentas, la gente suele quemar ramo bendito o colocar tijeras abiertas en el patio de las casas, para amainar la intensidad de la tempestad. Los más estudiados en meteorología saben que los fenómenos torrenciales de alta intensidad se caracterizan por la escasa duración. Pero es bueno que siga existiendo cierto aire de misterio en las enseñanzas de los viejos…
José de la Cruz García Mora

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