Un
niño de Pregonero no podía imaginar los niveles de sabiduría y profunda certeza
existentes en las viejas advertencias de los padres. La juventud llega a creer
que son simples cantaletas de los progenitores. Lo único que quieren es echarle
a perder los planes irracionales a cualquier mozalbete. Los viejos si son
supersticiosos, todavía andan creyendo en habladurías y cuentos de caminos. Eso
es lo que cualquiera llegar a pensar frente a la reiteración de tales
prohibiciones.
Pareciera
que las mismas aún resuenan con claridad y contundencia en el pabellón de la
oreja: “No vaya a salir así lloviendo, le puede picar la brisa de arco”, “No
pase por debajo de las escaleras, eso es pavoso”, “No se serene, mijo, no ve
que eso es dañino”, “No se exponga al aire después de cocinar en el fogón o
planchar, se puede torcer la nuca”, “No vaya para el río cuando llueve, las
sirenas salen y se llevan a los niños”, “No vaya para la quebrada con esta
lluvia, porque se lo va a tragar el arcoíris”.
Palabra santa que a los muchachos más
de una vez les pasó por la cabeza salir en expedición hacia las nacientes de
las quebradas aledañas a Pregonero, con la intención de ver al arcoíris tomando
agua. Pero algún aura de temor y misterio postergaba para otra oportunidad
tales iniciativas. Algunos maestros ya habían dado algunas escuetas explicaciones
sobre el fenómeno de refracción de la luz. Pero la negativa de los padres era
más fuerte que las inquietudes infantiles y prejuveniles.
El
tiempo pasó y los chicos crecieron rápidamente. Algunos estudiaron en la universidad
y el misterio del arcoíris se develó científicamente. Otros formaron nuevos
hogares e inventaron otras prohibiciones para los hijos. Pero cuando el
recuerdo mira en retrospectiva hacia los tiempos de infancia, no queda otra
alternativa sino admirar la sapiencia de aquellos viejos analfabetas. Ellos no
habían estudiado ni geografía ni física. Pero la lógica de la experiencia tenía
más validez que las todas teorías científicas juntas.
Cualquiera sabe que exponerse a la
brisa es abrir las puertas al catarro. Pasar por debajo de la escalera implica
arriesgarse a que un objeto contundente caiga sobre la cabeza del imprudente
que no entiende ni respeta las leyes de la gravedad. El trasnocho mina las
fuerzas del cuerpo humano. No son las sirenas las que se llevan los niños, sino
las impetuosas crecientes de los ríos. El arcoíris no toma agua, pero la
repentina crecida de la quebrada es más peligrosa que la del mismo río.
He
ahí la experiencia convertida en sabiduría popular. En los tiempos actuales, en
medio de las lluvias torrenciales o tormentas, la gente suele quemar ramo
bendito o colocar tijeras abiertas en el patio de las casas, para amainar la
intensidad de la tempestad. Los más estudiados en meteorología saben que los
fenómenos torrenciales de alta intensidad se caracterizan por la escasa
duración. Pero es bueno que siga existiendo cierto aire de misterio en las
enseñanzas de los viejos…
José
de la Cruz García Mora
No hay comentarios:
Publicar un comentario