jueves, 15 de octubre de 2015

Un toque de lejía y azulillo

          Todos los pacientes llegan al Centro de Salud con las condiciones disminuidas por cualquier dolencia o malestar. El médico indica la hospitalización. El internado, en lo único que piensa, es en salir pronto de la convalecencia, para retornar junto a los suyos y continuar el ritmo cotidiano de la vida. Con toda seguridad, cuando le dan de alta, el ciudadano agradece con gestos amables al personal médico y del servicio de enfermería que lo alivió del dolor durante la permanencia en la sala de hospitalización.
          Probablemente, nadie se acuerda de las empleadas que pasan todo el día lavando sábanas y cobijas, planchando lencería, tendiendo camas, limpiando pisos y baños, repartiendo la comida y recogiendo los desperdicios de la misma. Esas personas no son precisamente las que obtienen las mayores remuneraciones en el centro hospitalario por un trabajo tan honroso y sacrificado. Ellas tienen la obligación de dejar bien limpio todo aquello que los demás dejan bien sucio…
          Ahora existen lavadoras industriales que alivian en parte las cargas del personal adscrito a la sección de lavandería. Cuando el Hospital San Roque I funcionaba en la antigua sede del sector Plaza Miranda, buena parte del trabajo se hacía manualmente. Las trabajadoras usaban jabón, lejía y azulillo para asegurar la limpieza absoluta de las piezas de lencería usadas por los pacientes, a veces con restos de sangre, excrementos, vómitos, sudores nauseabundos o residuos de comida.
          Muchas mujeres pobres de Pregonero iban de casa en casa lavando ropa ajena para criar y sostener a la familia. Otras recibían los encargos en casa de las familias más pudientes y la devolvían bien limpia, planchada y almidonada. Los fregaderos del Hospital San Roque estaban situados en la parte posterior del edificio, casi en los límites con el garaje. Hasta allí no llegaba ningún visitante. A lo sumo llegaba algún funcionario medio, con ínfulas de jefe, a pretender mandar sobre las empleadas del servicio.
          En la memoria permanece indeleble el recuerdo de aquellas sacrificadas mujeres, lavando montones y montones de ropa sucia. Eran las figuras de Evarista Contreras y Petra Mora, esta última la madre del suscrito. Después llegaría Josefa Buenaño en reemplazo de la primera, quien pasó a jubilación. El impacto de la constante humedad sobre la salud de las lavanderas del hospital no se hizo esperar. Pero había que hacer mutis y seguir trabajando para asegurar el alimento de los hijos.
          Ambas trabajadoras pasaron al servicio de cocina cuando se inauguró el actual centro de salud. Pero en las arcas de la memoria sigue palpitando el sacrificio inconmensurable de aquellas mujeres, entregadas con estoicismo a las duras tareas de fregar ropas sucias, usando jabón, lejía y azulillo. En el caso de la madre del suscrito, ella dejó de prestar servicio activo exactamente el día en que el menor de sus hijos logró egresar como profesional de la universidad…

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