Todos
los pacientes llegan al Centro de Salud con las condiciones disminuidas por
cualquier dolencia o malestar. El médico indica la hospitalización. El
internado, en lo único que piensa, es en salir pronto de la convalecencia, para
retornar junto a los suyos y continuar el ritmo cotidiano de la vida. Con toda
seguridad, cuando le dan de alta, el ciudadano agradece con gestos amables al
personal médico y del servicio de enfermería que lo alivió del dolor durante la
permanencia en la sala de hospitalización.
Probablemente,
nadie se acuerda de las empleadas que pasan todo el día lavando sábanas y
cobijas, planchando lencería, tendiendo camas, limpiando pisos y baños, repartiendo
la comida y recogiendo los desperdicios de la misma. Esas personas no son precisamente
las que obtienen las mayores remuneraciones en el centro hospitalario por un
trabajo tan honroso y sacrificado. Ellas tienen la obligación de dejar bien
limpio todo aquello que los demás dejan bien sucio…
Ahora existen lavadoras industriales
que alivian en parte las cargas del personal adscrito a la sección de lavandería.
Cuando el Hospital San Roque I funcionaba en la antigua sede del sector Plaza
Miranda, buena parte del trabajo se hacía manualmente. Las trabajadoras usaban
jabón, lejía y azulillo para asegurar la limpieza absoluta de las piezas de
lencería usadas por los pacientes, a veces con restos de sangre, excrementos,
vómitos, sudores nauseabundos o residuos de comida.
Muchas mujeres pobres de Pregonero iban
de casa en casa lavando ropa ajena para criar y sostener a la familia. Otras
recibían los encargos en casa de las familias más pudientes y la devolvían bien
limpia, planchada y almidonada. Los fregaderos del Hospital San Roque estaban
situados en la parte posterior del edificio, casi en los límites con el garaje.
Hasta allí no llegaba ningún visitante. A lo sumo llegaba algún funcionario medio,
con ínfulas de jefe, a pretender mandar sobre las empleadas del servicio.
En
la memoria permanece indeleble el recuerdo de aquellas sacrificadas mujeres,
lavando montones y montones de ropa sucia. Eran las figuras de Evarista
Contreras y Petra Mora, esta última la madre del suscrito. Después llegaría
Josefa Buenaño en reemplazo de la primera, quien pasó a jubilación. El impacto
de la constante humedad sobre la salud de las lavanderas del hospital no se
hizo esperar. Pero había que hacer mutis y seguir trabajando para asegurar el
alimento de los hijos.
Ambas
trabajadoras pasaron al servicio de cocina cuando se inauguró el actual centro
de salud. Pero en las arcas de la memoria sigue palpitando el sacrificio
inconmensurable de aquellas mujeres, entregadas con estoicismo a las duras
tareas de fregar ropas sucias, usando jabón, lejía y azulillo. En el caso de la
madre del suscrito, ella dejó de prestar servicio activo exactamente el día en
que el menor de sus hijos logró egresar como profesional de la universidad…
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