Las vísperas de
las misas de aguinaldo, las ferias y fiestas, las candidaturas políticas, las
festividades patronales, la bajada de la virgen, los aniversarios
institucionales, entre otras, han sido ocasiones propicias para exaltar el
espíritu alegre y mostrar el entusiasmo de la gente de Pregonero. Todos se
llenan de regocijo cuando las bocinas de los carros inundan con su ruido
estridente la quietud pueblerina o cuando el retumbar de los morteros estalla
en el alegre cielo uribantino.
Hoy
día la cosa es absolutamente distinta. Casi todos los muchachos menores de edad
salen con las motos a poner en peligro la integridad de los espectadores que se
apostan espontáneamente a lado y lado de las calles. Ahora es difícil apreciar
los detalles de las carrozas o comparsas, porque el tiempo se va en esquivar
las motos que pasan en una u otra dirección o haciendo zigzag entre las filas
de carros, sin contar los que pasan haciendo peligrosas piruetas frente al
público.
Hace varias décadas las motos eran
conducidas sólo por personas responsables y mayores de edad. En Pregonero había
pocos motorizados y ellos se organizaban de manera ordenada delante de los
vehículos. Es imposible olvidar la multitud de jóvenes y adultos montando
bicicletas y abriendo el cortejo festivo. Detrás iban los caballistas con sus
regias monturas, haciendo gala de la casta de las bestias, o de las dotes
físicas como jinetes. Finalmente, iban las hermosas carrozas y los carros
acompañantes.
Los niños y zagaletones pobres también
ardían de entusiasmo frente a aquellas manifestaciones de júbilo. Pero no
tenían bicicletas, ni bestias, ni amigos motorizados, ni familiares con carro
para ir dentro del desfile, ni dinero para ir a la bodega y comprar golosinas.
Para ninguno de estos muchachos la pobreza iba a convertirse en limitante al
momento de hacer parte de la gran caravana popular. Pero había que tomar
decisiones a prisa y asumir los riesgos del caso.
Una
alternativa era encaramarse furtivamente a los volteos o camiones con estacas.
¿Cuántos corazones infantiles palpitaron de felicidad al lograr dar “una vuelta
al pueblo” y “quemar gasolina” sobre un carro ajeno? Un manojo de manos se
extendía desde el vehículo en marcha para ayudar al osado muchacho que
procuraba subirse a la tolva del camión. Allí había que dar codo para tomar
posición y adueñarse de las barandas. Esta alternativa tenía una desventaja…
La
otra opción era correr emocionado detrás de las carrozas, recogiendo los
caramelos y golosinas que lanzaban frente a las puertas de las casas. Más de un
portazo le dieron en las propias “narices” a los muchachos que pretendía entrar
a las casas a recoger los caramelos que caían dentro de las mismas. Lo peor era
que un “Caribe” robara a la fuerza los caramelos recogidos de puerta en puerta.
Ahí
viene la caravana, gritaban los muchachos de entonces…
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