sábado, 27 de diciembre de 2014

Ahí viene la caravana



Las vísperas de las misas de aguinaldo, las ferias y fiestas, las candidaturas políticas, las festividades patronales, la bajada de la virgen, los aniversarios institucionales, entre otras, han sido ocasiones propicias para exaltar el espíritu alegre y mostrar el entusiasmo de la gente de Pregonero. Todos se llenan de regocijo cuando las bocinas de los carros inundan con su ruido estridente la quietud pueblerina o cuando el retumbar de los morteros estalla en el alegre cielo uribantino.
          Hoy día la cosa es absolutamente distinta. Casi todos los muchachos menores de edad salen con las motos a poner en peligro la integridad de los espectadores que se apostan espontáneamente a lado y lado de las calles. Ahora es difícil apreciar los detalles de las carrozas o comparsas, porque el tiempo se va en esquivar las motos que pasan en una u otra dirección o haciendo zigzag entre las filas de carros, sin contar los que pasan haciendo peligrosas piruetas frente al público.
          Hace varias décadas las motos eran conducidas sólo por personas responsables y mayores de edad. En Pregonero había pocos motorizados y ellos se organizaban de manera ordenada delante de los vehículos. Es imposible olvidar la multitud de jóvenes y adultos montando bicicletas y abriendo el cortejo festivo. Detrás iban los caballistas con sus regias monturas, haciendo gala de la casta de las bestias, o de las dotes físicas como jinetes. Finalmente, iban las hermosas carrozas y los carros acompañantes.
          Los niños y zagaletones pobres también ardían de entusiasmo frente a aquellas manifestaciones de júbilo. Pero no tenían bicicletas, ni bestias, ni amigos motorizados, ni familiares con carro para ir dentro del desfile, ni dinero para ir a la bodega y comprar golosinas. Para ninguno de estos muchachos la pobreza iba a convertirse en limitante al momento de hacer parte de la gran caravana popular. Pero había que tomar decisiones a prisa y asumir los riesgos del caso.
          Una alternativa era encaramarse furtivamente a los volteos o camiones con estacas. ¿Cuántos corazones infantiles palpitaron de felicidad al lograr dar “una vuelta al pueblo” y “quemar gasolina” sobre un carro ajeno? Un manojo de manos se extendía desde el vehículo en marcha para ayudar al osado muchacho que procuraba subirse a la tolva del camión. Allí había que dar codo para tomar posición y adueñarse de las barandas. Esta alternativa tenía una desventaja…
          La otra opción era correr emocionado detrás de las carrozas, recogiendo los caramelos y golosinas que lanzaban frente a las puertas de las casas. Más de un portazo le dieron en las propias “narices” a los muchachos que pretendía entrar a las casas a recoger los caramelos que caían dentro de las mismas. Lo peor era que un “Caribe” robara a la fuerza los caramelos recogidos de puerta en puerta.
          Ahí viene la caravana, gritaban los muchachos de entonces…

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