El jefe puede faltar a la oficina pública o
privada por el tiempo y las veces que quiera. Con toda seguridad la ausencia
del directivo no se nota para nada en la dinámica cotidiana de la dependencia.
Allí no ocurre nada extraordinario. Sólo hace falta a la hora de la toma de decisiones
cruciales. El resto de las veces, mientras el ritmo de la oficina no rompa con
la rutina cotidiana, como se dice en el argot popular, el jefe sólo sirve para
firmar los papeles y mandar. Girar instrucciones es su papel.
En
cambio, las secretarias nunca pueden faltar al puesto de trabajo. Ellas son el
alma y el nervio vital de la dependencia. La rutina de la oficina se paraliza
si ellas no están y todo se vuelve un caos.
En las instituciones públicas, los jefes llegan y se van sin previo
aviso. Cada quien tiene su propio estilo y mentalidad. Las secretarias suelen
permanecer en la oficina, esperando la jubilación y ejerciendo como bisagras o
puentes de conexión entre una y otra gestión.
Usualmente,
son mujeres las encargadas de cumplir esta misión administrativa.
Eventualmente, los caballeros también se desempeñan con eficacia en este rol.
Tal es el caso del señor Rodrigo Pernía. Él se desempeñó durante varios años en
el Liceo Francisco de Borja y Mora. Allí se le veía circunspecto y comedido,
mientras el estudiantado trajinaba por los pasillos y aulas de la institución.
A veces aparecía con un semblante más serio y adusto que el propio Director del
plantel.
La
Señora Rosa Sánchez destacó como otra esmerada trabajadora en aquella
importante casa de estudios. Era común verla muy elegante y bien arreglada,
mientras cumplía con las responsabilidades asignadas desde la Dirección.
Entonces no había tantos pretextos para ausentarse del trabajo. Mística y
compromiso eran elementos fundamentales en el ejercicio de la profesión. Ella
quien laboró como Secretaria del liceo mientras el suscrito realizó los
estudios de secundaria.
Lo
mismo puede decirse de Gladys García, quien ocupó el puesto de Secretaria en el
Grupo Sánchez Carrero durante varios años. En el recuerdo aún permanece la
imagen de aquella mujer, atendiendo a cualquier estudiante, representante o
profesor, sin dejar de teclear en la máquina de escribir. Es que su experiencia
daba para eso y mucho más. Con toda seguridad, no corría el riesgo de cometer
ningún error en las labores mecanográficas que realizaba todos los días.
Doña
Ofelia Sánchez de Mora alcanzó la misma dimensión en el Colegio Santa Mariana
de Jesús. Posteriormente, nuevos rostros se incorporaron al trabajo
administrativo en las distintas instituciones educativas de Pregonero. Pero
esta crónica pretende honrar la presencia de quienes hicieron parte de nuestros
recuerdos de infancia y juventud. Con la timidez del caso, el estudiante se
acercaba apenado a preguntar:
—¿Será que me puede sacar una constancia de estudio?
José de la Cruz García Mora
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