La gente de
Pregonero se vale de cualquier pretexto para dar rienda suelta a la hilaridad o
“mamadera de gallo”. Hasta los caballeros más circunspectos caen en la tentación
de burlarse ocasionalmente de los ingenuos, especialmente de los aprendices
recién contratados como ayudantes en los talleres mecánicos. ¿A quién se le
ocurre dudar de la seriedad del dueño del negocio? Algunos mecánicos cuentan
anécdotas sobre las bromas que les jugaron los jefes cuando eran “nuevos” en el
asunto.
— Epa, muchacho, haga el favor y lleva
aquel repuesto al taller de La Avenida. El empleado se echa el pesado aparato
al hombro y va a cumplir con la misión encomendada, luego de caminar varias
cuadras cargando el objeto de hierro. Pero en el otro taller, el dueño lo hace
regresar de inmediato, asegurando que ese no era el repuesto automotor
solicitado.
— Dígale que muchas gracias. Pero este
no es. Que me mande el otro.
Superada
esta primera broma contra el aprendiz de turno, los trabajadores del taller se
entregan a la delicada tarea de mantener en buen estado los vehículos
ingresados al local. Esto sí lo hacen con absoluta responsabilidad y pericia.
Ellos están conscientes de la importancia de salvaguardar la vida de los
clientes y sus familiares. La experiencia es la mejor garantía para los propietarios.
Incluso, ellos se muestran dispuestos a salir del pueblo si el carro sufre
alguna avería en carretera.
El taller de don Emiro Moncada tal vez
sea uno de los más antiguos del pueblo. Aquello fue una escuela para muchos
respetados mecánicos de ahora. Antonio “Chiquito” García, Ramón “Frijolito”
Sánchez, Jesús “Chucho” Sánchez, Javier Molina, Daniel Roa, Nelson García,
Félix Sánchez “El Asesino”, algunos como propietarios y otros como mecánicos
rasos, son algunos de los nombres de los pioneros que aún siguen palpitando en
la memoria de las generaciones.
Los nombres de Patricio Arellano,
Sigfredo Márquez, Eulogio Andrade y José Ayala suenan como expertos
“Caucheros”. Luego llegarían Carlos Polo y Sergio Arboleda como técnicos
electricistas. Nuevas generaciones continúan la zaga de unos y otros, prestando
valiosos servicios a los chóferes del campo y la ciudad. Muchos llevan largo
recorrido en esos menesteres, como Luis Urbina, Luis Mora, Luis Emiro Moncada,
Chuy y Carlos Sánchez, entre otros meritorios trabajadores que escapan a la memoria.
A
pesar de las evidentes omisiones, los mecánicos, caucheros y electricistas
constituyen una pléyade de trabajadores comprometidos con la vida. Ellos tienen
que llenarse de grasa y trabajar incluso en días feriados o domingos, para
sacar de apuros a los chóferes que por alguna circunstancia sufren averías en
el camino. Hoy los dueños ya no se burlan de los nuevos, pero los talleres son
lugares ideales para compartir las interesantes y profusas tertulias
pueblerinas.
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