Según
el geógrafo José Ramón Sánchez, cuando estas anécdotas “chácaras” se cuentan en
otras latitudes, los oyentes se miran entre sí con incredulidad y tienden a
creer que el narrador es un mentiroso empedernido, émulo del propio Félix
Méndez o de Rafael, el de “las chinco”. Aquí en Pregonero, en lenguaje castizo,
cuando alguien cae en el terreno de la evidente exageración, suele decirse sin
ningún empacho: “Éste se fue por donde se fue a Genaro con todo y yegua”.
Sin
embargo, la mitad del pueblo puede dar fe de que estos hechos ocurrieron
realmente. Cosas como esas son las que hacen de Pregonero un pueblo
espectacular y único en el país. En ninguna parte del mundo se ha visto un
árbitro de futbol armado dentro de la cancha con un filoso cuchillo al cinto.
La integridad del hombre de negro no dependía solamente de lo que pudiera hacer
con el pito y las tarjetas. El caballero necesita de un arma blanca para salir
ileso de la cancha.
Hace
poco, la prensa regional reportó el asesinato de un árbitro de futbol en pleno
juego. El hecho tuvo lugar en las afueras de San Cristóbal, la capital del
Táchira. Inmediatamente, se encendieron los dispositivos de la memoria y las
evocaciones volvían a tener la nitidez del momento en que ocurrieron los
hechos. Diversas personas tuvieron la responsabilidad de dirigir los
enfrentamientos deportivos. Pero la imagen y presencia de “Bombillo” realmente
es inolvidable.
Era
la época en que se construía la Represa Uribante Caparo. Equipos de todas las
nacionalidades participaban en los campeonatos futbolísticos de Pregonero. No
se puede cuestionar la alta competitividad de los atletas dentro de la cancha.
Pero fuera de ella ocurrían cosas deplorables: consumo de licor, droga,
prostitución, apuestas ilegales, sobornos, riñas y agresiones físicas. En el
estadio había suficiente dinero para todas esas cosas y para muchas más…
Muy
pocos llegaron a preguntarse por el verdadero nombre de “Bombillo”, el árbitro
más célebre de aquellos tiempos. Había llegado de Colombia, participó en el
deporte activo, pero tenía mejores dotes como árbitro. El hombre aplicaba el
reglamento y en diversas oportunidades fue agredido de manera injusta. Es que
hay jugadores intolerantes y faltos de gallardía, quienes no son capaces de
reconocer con hidalguía la capacidad técnica y táctica de los adversarios de
turno.
Más
fácil es vociferar a todo pulmón que el árbitro está vendido. En cierta
ocasión, el caballero recibió un certero pelotazo en plena cara. De pronto,
mientras lo llevaban a horcajadas fuera de la cancha, un filoso cuchillo cayó
sobre el engramado del estadio José Ramón Sánchez. Desde entonces más nadie
volvió a meterse con él, porque cuando la tarjeta roja no era suficiente para
aplacar la ira del jugador expulsado, “Bombillo” se llevaba la mano al cinto
para detener al agresor de turno.
José de la Cruz García Mora
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