La Banda Bolívar de Pregonero es una
institución con profundo arraigo en las labores culturales de la ciudad. En
algunas ocasiones, el uniforme de los músicos era muy similar al que usaban los
policías. Más de un niño se llevó un espantoso susto, al tropezar de frente con
un miembro de la agrupación. El párvulo salía corriendo, buscando dónde esconderse
y poniendo a buen resguardo las metras o el trompo. En aquellos tiempos, jugar
metra era un delito y el temor impedía diferenciar a músicos y policías.
La banda de música siempre ha estado
activa y presta a colaborar en todas las actividades o festividades populares
del pueblo: retretas, ferias, elecciones, desfiles, caravanas, misas,
entierros, ordenaciones, procesiones, trasmisiones de poder y tantos otros
eventos que requieren el rítmico acompañamiento de la agrupación musical. A la
hora de la retreta dominical en la Plaza Bolívar, el ayudante coloca los
atriles bien alineados en el lugar destinado a la tocata.
A la hora de un desfile la cosa cambia.
Ahora hay suficientes vehículos disponibles para el traslado de los músicos.
Pero en aquellos tiempos era usual caminar por las principales calles del
pueblo. Algunos instrumentos traían unas pinzas para fijar las partituras y
facilitar la ejecución mientras se estaba en movimiento. Pero los músicos
también tienen exquisiteces y preferían buscar un párvulo que hiciera el papel
de atril ambulante. Lo triste del caso es que los servicios eran gratuitos.
Pero,
extrañamente, los niños preferían renunciar a recoger caramelos y otras golosinas,
colarse en un vehículo para dar la vuelta, o simplemente observar la caravana,
a cambio del privilegio de ir en aquella marcha. Unos llevaban la partitura
prensada al cuello, con un gancho de colgar ropa. Los más diestros portaban el
papel en la mano. En ambos casos, la tarea exigía desfilar prácticamente como
un robot, para evitar movimientos imprevistos que impidieran la nítida lectura
del pentagrama.
Los mozos más pícaros preferían ir a la
plaza a chupar un limón frente a José María Pérez, el popular “Cano”, para
ponerlo a tragar saliva y hacerlo perder en la ejecución de la melodía. Otros
preferían hacer bolas de papel y lanzarlas disimuladamente a la boca de los
grandes instrumentos de acompañamiento, ubicados en la fila posterior, para
impedir la salida del viento. Los más osados se atrevían a intercambiar las
partituras mientras los músicos iban al descanso.
Aún llegan a la memoria las imágenes de
aquellos atriles ambulantes, marchando como autómatas, confundidos entre los
músicos de la Banda Bolívar y ataviados con calzones cortos y remendados,
pantuflas de caucho, alpargatas o hasta descalzos. Pero con la altivez, la
dignidad y el orgullo de quienes se saben observados por la multitud. Ellos
cumplían el encargo con admirable responsabilidad y respeto. Por eso, de vez en
cuando, se ganaban un medio como gratificación…
José
de la Cruz García Mora