viernes, 23 de agosto de 2013

Las Arepas de Antonio "Manco"

          En los patrones de conducta juveniles de los Chácaros se hizo práctica habitual la asistencia al cine del pueblo, en plan de noviazgo con alguna simpática chica o simplemente por distracción nocturna. Al terminar la función fílmica, antes de retornar al cálido abrigo del hogar, los muchachos solían satisfacer los apremios del estómago, degustando una sabrosa y suculenta arepa rellena recién preparada. Está claro que los límites dependían de la capacidad económica de cada bolsillo.
          El sitio ideal era la tostadería y heladería del profesor Américo Roa, ubicada en la planta baja del edificio rentable, frente a la Plaza Bolívar de Pregonero. Allí había una rockola bien conservada, con el más variado y actualizado repertorio del “hit parade” del momento. El pequeño punto comercial estimulaba el encuentro de los jóvenes de uno y otro sexo. El local no tenía competencia en la venta de arepas rellenas. Además, era la barquillería más prestigiosa del pueblo.
          El día que Antonio “Manco” Márquez abrió una arepera en El Calvario, exactamente en el cruce de la Calle 12 con carrera 2, los patrones nocturnos de consumo gastronómico comenzaron a cambiar. Aquellos aperitivos bien sazonados lograron atrapar a la clientela. Niños, jóvenes y adultos, de acuerdo con las posibilidades económicas personales, tuvieron ocasión de probar exquisitas salsas y sabrosos rellenos de carne, pollo, queso, jamón, pernil, molleja y la clásica “Reina Pepiada”.
          El hombre apenas tenía una mano. La otra la había perdido en un accidente casero en la juventud. Aquel hombre era la habilidad hecha persona en la preparación manual de la arepa rellena. La esposa cumplía con la misión de preparar los guisos, remojar la masa y azar las arepas en el tiesto. El resto del proceso corría por cuenta del caballero y no había ningún misterio en tomar la arepa, cubrirla con papel servilleta, sacar la masa, introducir el relleno, poner la salsa y cobrar al cliente.
          Sólo la gente que no se amilana frente a las dificultades, ni se deja vencer por la adversidad, es capaz de buscar alternativas de lucha para seguir enfrentando los retos de la vida diaria. Siempre supo levantar la cara con orgullo y mostrar talante de progreso al frente del hogar. Posteriormente, trasladó el negocio hasta la casa paterna en El Calvario, hasta que finalmente se estableció definitivamente en el Barrio Potreritos. Luego la tostadería se transformó en bodega y comercio de víveres.
          Las arepas rellenas de Antonio “Manco” sabían a gloria. Desde todas partes llegaban los clientes, a ciertas horas de la noche a tratar de calmar los imperativos del estómago. La cultura del cine se perdió prematuramente por la aparición del Betamax, VHS, el DVD y otras tecnologías de punta. Entonces, aparecieron algunos negocios de alquiler de cintas, entre ellos uno propiedad del mismo Antonio Márquez. Pero el recuerdo de aquellas sabrosas y exquisitas arepas rellenas no se borra de la memoria 
José de la Cruz García Mora



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