En los patrones de conducta juveniles
de los Chácaros se hizo práctica habitual la asistencia al cine del pueblo, en
plan de noviazgo con alguna simpática chica o simplemente por distracción
nocturna. Al terminar la función fílmica, antes de retornar al cálido abrigo
del hogar, los muchachos solían satisfacer los apremios del estómago,
degustando una sabrosa y suculenta arepa rellena recién preparada. Está claro
que los límites dependían de la capacidad económica de cada bolsillo.
El sitio ideal era la tostadería y
heladería del profesor Américo Roa, ubicada en la planta baja del edificio
rentable, frente a la Plaza Bolívar de Pregonero. Allí había una rockola bien
conservada, con el más variado y actualizado repertorio del “hit parade” del
momento. El pequeño punto comercial estimulaba el encuentro de los jóvenes de
uno y otro sexo. El local no tenía competencia en la venta de arepas rellenas.
Además, era la barquillería más prestigiosa del pueblo.
El
día que Antonio “Manco” Márquez abrió una arepera en El Calvario, exactamente
en el cruce de la Calle 12 con carrera 2, los patrones nocturnos de consumo gastronómico
comenzaron a cambiar. Aquellos aperitivos bien sazonados lograron atrapar a la
clientela. Niños, jóvenes y adultos, de acuerdo con las posibilidades
económicas personales, tuvieron ocasión de probar exquisitas salsas y sabrosos rellenos
de carne, pollo, queso, jamón, pernil, molleja y la clásica “Reina Pepiada”.
El
hombre apenas tenía una mano. La otra la había perdido en un accidente casero
en la juventud. Aquel hombre era la habilidad hecha persona en la preparación
manual de la arepa rellena. La esposa cumplía con la misión de preparar los guisos,
remojar la masa y azar las arepas en el tiesto. El resto del proceso corría por
cuenta del caballero y no había ningún misterio en tomar la arepa, cubrirla con
papel servilleta, sacar la masa, introducir el relleno, poner la salsa y cobrar
al cliente.
Sólo la gente que no se amilana frente
a las dificultades, ni se deja vencer por la adversidad, es capaz de buscar
alternativas de lucha para seguir enfrentando los retos de la vida diaria. Siempre
supo levantar la cara con orgullo y mostrar talante de progreso al frente del
hogar. Posteriormente, trasladó el negocio hasta la casa paterna en El
Calvario, hasta que finalmente se estableció definitivamente en el Barrio
Potreritos. Luego la tostadería se transformó en bodega y comercio de víveres.
Las arepas rellenas de Antonio “Manco”
sabían a gloria. Desde todas partes llegaban los clientes, a ciertas horas de
la noche a tratar de calmar los imperativos del estómago. La cultura del cine
se perdió prematuramente por la aparición del Betamax, VHS, el DVD y otras
tecnologías de punta. Entonces, aparecieron algunos negocios de alquiler de cintas,
entre ellos uno propiedad del mismo Antonio Márquez. Pero el recuerdo de
aquellas sabrosas y exquisitas arepas rellenas no se borra de la memoria
José
de la Cruz García Mora
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