domingo, 25 de agosto de 2013

La Guerra a Piedra

          Hay formas muy poco ortodoxas para la distracción. Pero la infancia y la juventud poco entienden de precaución, prudencia y responsabilidad, al momento de buscar alternativas para asegurar la diversión y el entretenimiento. Pareciera que toda ocasión es buena para sentir la intensa sensación de la aventura y el apasionante desafío a los peligros. Todavía no se desarrolla el sentido de conservación y respeto a la propia integridad física de las personas.
          En los tiempos de infancia se oían muchos comentarios sobre las grandes rivalidades existentes entre los lustrabotas de Capacho y El Calvario. Los de arriba no podían bajar y los de abajo no podían subir más allá de los límites de la calle 7, al costado sur de la Plaza Bolívar. Los invasores eran expulsados de inmediato y a la fuerza por los mozalbetes del otro sector. Lo más seguro es que el atrevido terminara perdiendo el cajón y los implementos de trabajo.
          Obviamente, había largas temporadas en las que se fumaba la pipa de la paz y todos los muchachos podían ir y venir hacia el norte o hacia el sur, en la búsqueda de clientes. Pero nunca faltaba el "cabeza caliente" que pretendía entronizarse y erigirse como el cacique de un feudo. Entonces, volvían a surgir las típicas rivalidades pueblerinas y el encono crecía entre la muchachada, reapareciendo las prohibiciones de trabajo como lustrabotas en el otro sector.
          Los niños tienen un sentido extraordinario de la imitación. Al escuchar los cuentos de lo que anteriormente hacían los adolescentes de Pregonero, no perdían ocasión para jugar estúpidamente al papel de héroes. Después de gozar un rato de las delicias veraniegas del río Uribante o de la cristalinidad del “Pozo de Los Azules”, eventualmente, algún tonto atrevido proponía jugar a la "guerra de piedra" y lo curioso es que la mayoría secundaba la estupidez.
          En un santiamén, los chicos que venían disfrutando agradablemente en grupo el refrescante baño en las aguas del río, ahora aparecían divididos en bandos antagónicos y rivales, dispuestos a agredirse mutuamente, a punta de piedra en las playas del Uribante. Corea contra El Calvario, o contra Potreritos, o contra los de La Avenida. Incluso, hasta llegaron a establecerse alianzas previas entre los representantes de un barrio y otro. Pero lo importante era buscar la aventura y el peligro.
          Más de uno terminó con la cabeza llena de “chichones” y llorando a lágrima suelta, mientras la sangre corría por el rostro. Pero, afortunadamente, aquellas tardes de estupidez no terminaron en tragedias. Al rato, al terminar el combate, todos se volvían a reunir para comentar las peripecias y retornar en grupo a la población, haciéndole prometer a los heridos que no dijeran nada en casa. Seguramente, con una golosina compraban el silencio cómplice hasta la próxima ocasión.

José de la Cruz García Mora

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