Diciembre siempre ha sido un magnifico
mes para invocar el espíritu de la alegría y multiplicar el entusiasmo entre la
población juvenil de Pregonero. En la actualidad se ha hecho práctica muy común
el llamado juego del “amigo secreto”, en las oficinas e instituciones públicas
y privadas, a través del cual las personas suelen realizar interesantes intercambios
de suvenires, regalos y sorpresas. Pero en el moderno juego hay más ánimo mercantilista
y comercial que afectivo y solidario.
En otros tiempos, los certeros aguijones
de la atracción y el afecto solían picar desprevenidamente a la muchachada en
los prolegómenos festivos de la navidad. Las más puras inclinaciones afectivas nacían
de manera espontánea en la ingenua celebración de los tradicionales juegos de
aguinaldos. El atractivo juego era particularmente interesante en los grupos de
adolescentes, en cuyo seno siempre había alguna pareja en trámites de noviazgo
o jugando inocentemente a la iniciación amorosa.
“Pajita en boca”, “Estatua”, “Dar y no
recibir”, “El beso robado”, “El sí y el no”, entre otros, se convirtieron en atractivos
pretextos para fomentar el inevitable acercamiento físico entre los jóvenes. Cuando
el magnetismo de la atracción se hacía demasiado evidente e irresistible,
cualquiera de los juegos de aguinaldos servía como estrategia eficaz para
propiciar el encuentro y estimular los primeros flirteos juveniles, siempre en
un clima de respeto a la integridad de las niñas.
Invariablemente,
en las apuestas se descubren los matices del afecto y el romanticismo. Es
innegable que muchas jovencitas, casi que de manera intencional, propiciaban
las condiciones para salir perdedoras, con la intención de “pagar los
aguinaldos” al mancebo ganador, con un inocente beso en la mejilla o tal vez en
la comisura de los labios. Seguramente muchos chicos osados aprovecharon la
ocasión para romper fronteras y avanzar hacia la aceptación del noviazgo.
Para
los mozalbetes también era muy difícil reunir las monedas suficientes que le
permitieran comprar los chocolates, helados u otras golosinas con las que
habría de pagar a la joven en caso de perder la apuesta. En estos casos,
irremediablemente, una inofensiva bofetada permitía satisfacer los caprichos
que la pobreza económica impedía cumplir. Siempre había vestigios de
inteligencia y picardía para salir avante y lograr el premio deseado: el beso
de la princesa.
—“Estatua”
grita el chico en voz audible y la joven se queda estática. El se acerca e
intenta robarle un beso. Ella se mueve disimuladamente y pierde la apuesta. Entonces,
él tiene derecho a pedir que le paguen los aguinaldos. Igual pasa cuando uno de
los dos se distrae y el otro le ofrece algún caramelo. El que recibe es el
perdedor y debe pagar el premio estipulado. El idilio estalla como una flor
trocada en beso si al grito de “pajita en boca” no hay algún objeto en boca
para mostrar.
José de la Cruz García Mora
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