viernes, 23 de agosto de 2013

Me Paga los Aguinaldos

          Diciembre siempre ha sido un magnifico mes para invocar el espíritu de la alegría y multiplicar el entusiasmo entre la población juvenil de Pregonero. En la actualidad se ha hecho práctica muy común el llamado juego del “amigo secreto”, en las oficinas e instituciones públicas y privadas, a través del cual las personas suelen realizar interesantes intercambios de suvenires, regalos y sorpresas. Pero en el moderno juego hay más ánimo mercantilista y comercial que afectivo y solidario.
          En otros tiempos, los certeros aguijones de la atracción y el afecto solían picar desprevenidamente a la muchachada en los prolegómenos festivos de la navidad. Las más puras inclinaciones afectivas nacían de manera espontánea en la ingenua celebración de los tradicionales juegos de aguinaldos. El atractivo juego era particularmente interesante en los grupos de adolescentes, en cuyo seno siempre había alguna pareja en trámites de noviazgo o jugando inocentemente a la iniciación amorosa.
          “Pajita en boca”, “Estatua”, “Dar y no recibir”, “El beso robado”, “El sí y el no”, entre otros, se convirtieron en atractivos pretextos para fomentar el inevitable acercamiento físico entre los jóvenes. Cuando el magnetismo de la atracción se hacía demasiado evidente e irresistible, cualquiera de los juegos de aguinaldos servía como estrategia eficaz para propiciar el encuentro y estimular los primeros flirteos juveniles, siempre en un clima de respeto a la integridad de las niñas.
          Invariablemente, en las apuestas se descubren los matices del afecto y el romanticismo. Es innegable que muchas jovencitas, casi que de manera intencional, propiciaban las condiciones para salir perdedoras, con la intención de “pagar los aguinaldos” al mancebo ganador, con un inocente beso en la mejilla o tal vez en la comisura de los labios. Seguramente muchos chicos osados aprovecharon la ocasión para romper fronteras y avanzar hacia la aceptación del noviazgo.
          Para los mozalbetes también era muy difícil reunir las monedas suficientes que le permitieran comprar los chocolates, helados u otras golosinas con las que habría de pagar a la joven en caso de perder la apuesta. En estos casos, irremediablemente, una inofensiva bofetada permitía satisfacer los caprichos que la pobreza económica impedía cumplir. Siempre había vestigios de inteligencia y picardía para salir avante y lograr el premio deseado: el beso de la princesa.
          —“Estatua” grita el chico en voz audible y la joven se queda estática. El se acerca e intenta robarle un beso. Ella se mueve disimuladamente y pierde la apuesta. Entonces, él tiene derecho a pedir que le paguen los aguinaldos. Igual pasa cuando uno de los dos se distrae y el otro le ofrece algún caramelo. El que recibe es el perdedor y debe pagar el premio estipulado. El idilio estalla como una flor trocada en beso si al grito de “pajita en boca” no hay algún objeto en boca para mostrar.
 José de la Cruz García Mora

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