martes, 20 de agosto de 2013

Novia por Correspondencia

          ¿Por qué los adultos se quejan cuando observan a los adolescentes lanzar dardos virtuales a través de la red para contactar amigos en cualquier parte del mundo? ¿Por qué la juventud actual se declara el amor por mensajes telefónicos, en vez de hacerlo personalmente, como es la tradición? ¿Por qué tienen tanto éxito las herramientas interactivas de carácter electrónico que van apoderándose del mercado comunicacional y conformando otra cultura de flirteo entre la juventud?
          La modernidad plantea formas muy novedosas en las interrelaciones humanas y los avances tecnológicos están a la orden del día, para agilizar los procesos de acercamiento interpersonal. A pesar de todo, es necesario mantener encendidas las alertas, para evitar las perversas tentaciones que ofrece Internet, cuando el usuario juvenil no es capaz de hacer uso racional del servicio. Pero es obvio que cada generación atiende a las estrategias que tiene la mano para alcanzar sus propósitos amatorios.
          En la década de los años sesenta del siglo veinte, cuando ni siquiera el servicio oficial de correo era eficiente para la entrega oportuna de la correspondencia, los adolescentes de Pregonero acudían invariablemente a la ayuda de los niños para satisfacer sus apetencias y necesidades de comunicación con las jóvenes del sexo opuesto. El niño más ingenuo, sin necesidad de tener alas o llevar porta flechas, se convertía entonces en un efectivo Cupido a la hora de entregar mensajes amorosos.
          Como los padres no permitían la visita de los novios informales a las respectivas casas de habitación, lo usual era que los enamorados se buscaran fieles mensajeros para llevar secretamente las misivas en una u otra dirección, siempre con la advertencia de que nadie llegara a darse cuenta de los encargos encomendados. Aquellos infantiles celestinos resultaron siendo cómplices inocentes de muchos amores prohibidos y hasta de sonadas fugas de muchachas reprimidas.
          Es muy inmensa la distancia existente entre la liberalidad de hoy y el conservatismo de ayer. Aquellos novios de antaño, en muchos casos, ni siquiera llegaron a conocer cuál era la sensación de un beso. En los hogares más liberales se permitían la visita del novio a través de los ventanales. Los que llegaban hasta la sala de la casa tenían el camino abierto hacia el matrimonio. Pero las madres, o los hermanos menores, siempre estaban allí, sentados discretamente a distancia prudencial.
          Un par de "coquitos", una locha, un posicle, una acema, un helado, una chupeta, una cocada, cualquier golosina, era suficiente premio para comprar el silencio infantil y asegurar que el niño “se llevará el secreto la tumba”. Pero los niños crecieron y el mundo se hizo tan liberal que ya no fue necesario contar con la complicidad de los infantes para llevar los mensajes furtivos de los enamorados. Ahora las citas viajan instantáneamente a través de la red o del celular...

José de la Cruz García Mora

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