¿Por
qué los adultos se quejan cuando observan a los adolescentes lanzar dardos
virtuales a través de la red para contactar amigos en cualquier parte del
mundo? ¿Por qué la juventud actual se declara el amor por mensajes telefónicos,
en vez de hacerlo personalmente, como es la tradición? ¿Por qué tienen tanto
éxito las herramientas interactivas de carácter electrónico que van
apoderándose del mercado comunicacional y conformando otra cultura de flirteo entre
la juventud?
La
modernidad plantea formas muy novedosas en las interrelaciones humanas y los
avances tecnológicos están a la orden del día, para agilizar los procesos de
acercamiento interpersonal. A pesar de todo, es necesario mantener encendidas
las alertas, para evitar las perversas tentaciones que ofrece Internet, cuando
el usuario juvenil no es capaz de hacer uso racional del servicio. Pero es
obvio que cada generación atiende a las estrategias que tiene la mano para
alcanzar sus propósitos amatorios.
En la década de los años sesenta del
siglo veinte, cuando ni siquiera el servicio oficial de correo era eficiente
para la entrega oportuna de la correspondencia, los adolescentes de Pregonero acudían
invariablemente a la ayuda de los niños para satisfacer sus apetencias y
necesidades de comunicación con las jóvenes del sexo opuesto. El niño más ingenuo,
sin necesidad de tener alas o llevar porta flechas, se convertía entonces en un
efectivo Cupido a la hora de entregar mensajes amorosos.
Como
los padres no permitían la visita de los novios informales a las respectivas casas
de habitación, lo usual era que los enamorados se buscaran fieles mensajeros para
llevar secretamente las misivas en una u otra dirección, siempre con la
advertencia de que nadie llegara a darse cuenta de los encargos encomendados. Aquellos
infantiles celestinos resultaron siendo cómplices inocentes de muchos amores
prohibidos y hasta de sonadas fugas de muchachas reprimidas.
Es muy inmensa la distancia existente
entre la liberalidad de hoy y el conservatismo de ayer. Aquellos novios de
antaño, en muchos casos, ni siquiera llegaron a conocer cuál era la sensación
de un beso. En los hogares más liberales se permitían la visita del novio a
través de los ventanales. Los que llegaban hasta la sala de la casa tenían el
camino abierto hacia el matrimonio. Pero las madres, o los hermanos menores,
siempre estaban allí, sentados discretamente a distancia prudencial.
Un
par de "coquitos", una locha, un posicle, una acema, un helado, una
chupeta, una cocada, cualquier golosina, era suficiente premio para comprar el
silencio infantil y asegurar que el niño “se llevará el secreto la tumba”. Pero
los niños crecieron y el mundo se hizo tan liberal que ya no fue necesario
contar con la complicidad de los infantes para llevar los mensajes furtivos de
los enamorados. Ahora las citas viajan instantáneamente a través de la red o
del celular...
José de
la Cruz García Mora
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