— tos, tos, tos.
El grito se escucha como un débil murmullo
en la lejanía, allá arriba en la Cuchilla de Helechales. Pero luego se hace más
nítida la típica voz de los arrieros de ganado. Ya no quedan dudas. La manada
se aproxima a los límites del pueblo. De pronto, en los caminos de La Cañabrava
aparece la serpenteante columna de ganado, mientras la muchachada del barrio
Corea emprende veloz carrera al puente de La Vega.
El silencio de la tarde se llena con
los efusivos gritos de los arrieros, el mugido de los toros, el relinchar de
los caballos y la gritería de los curiosos niños. Sobre el río Uribante hay un
viejo puente colgante de madera y en cada uno de los extremos sobresalen las
columnas o pilares que sostienen las guayas y la ondulante armazón de hierro.
Hasta allí trepan los niños con impresionante habilidad y luego se acomodan
para disfrutar el agitado paso de las reses.
Al frente de la tropa casi siempre
viene el señor Azael García, el ganadero más prestante de la región. Se trata
de un caballero en todo el sentido de la palabra. Pero si las reses se ponen “ariscas”
y se niegan a seguir tras los pasos de la mansa res que sirve de “madrina”, el
hombre pierde los estribos, maldice a los osados muchachos que se atreven a
azuzar las reses. En algunos casos, hasta a piedra hizo bajar a muchos mozalbetes
que no hacían caso al rico hacendado.
Víctor
García— padre del suscrito —, Mapanare, Hernán, Paquirri y Tomás Ceballos,
entre otros, son algunos de los arrieros que llegan a la memoria. Ellos suelen
conducir las manadas desde la finca "El Quebrachal” en San Miguel hasta
los embarcaderos existentes en el Barrio Potreritos. La calle La Barranca
muchas veces fue escenario de la valiente lidia de los arrieros con las reses
descarriadas. Hacían falta hasta cuatro hombres para dominar, a punta de lazo,
la res embravecida.
Al otro día llegaban las “gandolas” a
llevarse el ganado para Mérida u otras regiones. Hasta Potreritos llegaban los
muchachos a curiosear el embarque de las reses. El camión se atravesaba en la
calle. Casi todos esperaban a que el chófer sacara el famoso "tábano” para
aguijonear a las reses ariscas. Hernán no tenía miramientos para puyar con el
aparato eléctrico al muchacho sopetón que se atravesara en la armazón de madera
e impidiera el difícil trabajo.
Azael García posteriormente compró la
estación de servicio a don Ismael Vargas. También se construyó la carretera
hacia Palmarito. Ya no se volvieron a ver las grandes manadas de ganado
atravesando las calles del pueblo. Pero aún quedan frescas las imágenes de
aquella vieja costumbre local, cuando los obreros preparaban las sogas y
mecates para salir hacia San Miguel y Mesones a "ganadear”. Desde El
Morro, Potosí y Potrero General también subían otra manadas...
José
de la Cruz García Mora
No hay comentarios:
Publicar un comentario