La
tradición beisbolística comenzó a arraigarse en Pregonero en la primera mitad
del siglo XX. Los estudiantes de la Escuela Federal Para Varones Sánchez
Carrero sintieron la necesidad de exigir un campo deportivo para las prácticas
atléticas de la juventud. Al iniciarse los trabajos de la Represa Uribante
Caparo llegaron grandes contingentes de obreros, provenientes de Colombia,
Ecuador, Perú, Bolivia y otros países sudamericanos. Con ellos se consolidó la
verdadera pasión por el balompié.
El engramado del Estadio José Ramón
Sánchez (Mora) se convirtió en escenario de las confrontaciones deportivas de
altísimo nivel competitivo. No se sabe si era cierto o falso, pero se llegó a
decir que algunos destacados atletas habían militado en el futbol profesional
de los respectivos países de origen. Ellos habían venido a estas latitudes andinas
con el propósito de alcanzar mejores niveles de vida. Durante la estadía en
estas tierras mostraron lo que eran capaces de hacer con un balón en los pies.
Cada una de las compañías que estaban
en los trabajos de construcción de la represa había conformado el respectivo equipo.
Los emigrantes de Colombia y Perú tenían selecciones propias. ¿Cómo olvidar el
potente disparo del famoso “Veterano”, la increíble agilidad de “Chiqui” o la
impenetrable defensa de Carlos Zaa? El equipo de la Red de Emergencia, en el
que llegó a jugar Antolín “Cuca”, fichó a un negrito con inigualables destrezas
y técnica en el dominio de la pelota.
Los
futbolistas del patio tuvieron excelentes contrincantes para foguearse y
adquirir mejores nociones tácticas del juego. De hecho, creció una generación con
suficientes créditos para representar a Uribante en posteriores competencias:
Rodolfo Pérez, Jairo y Cheo Hernández, Nerio Pabón, Abildo Roa, Moncho Sánchez, Jairo
Márquez, Luis “Culeca” Ramírez, entre otros de mayor edad como Toño Avellaneda,
Jesús “Pirín” Guerrero, Iván Pérez, Rodolfo Pernía, por mencionar sólo algunos.
El dinero corría a granel en apuestas,
consumo de cerveza y otros estimulantes, pasajes, comidas, hospedaje y compra
de costosos uniformes. El equipo de los “Pobres” también se hacía presente, con
una modesta franela blanca sin timbrar y pantaloneta de cualquier color. Allí
estaba Guzmán Luna, José Ramón Sánchez y otros atletas que habían sido
marginados de los equipos de marca. Pero tenían similares o superiores
cualidades que los atletas criollos afiliados a otros equipos foráneos o del
patio.
La fiebre del futbol se dejaba sentir
con toda intensidad durante los fines de semana. Las graderías del Estadio
siempre estaban atiborradas de gente. Hubo muchas jugadas de alta factura
futbolística. Ninguna como aquella en la que José Ramón Sánchez quiso
monopolizar el dominio del balón, porque no había nadie como él para manejar y distribuir
pelotas, mientras que Guzmán Luna, ya casi desesperado por la inacción, le
grita a todo pulmón:
—Suéltela,
suelte esa pelota, patiblanco.
José
de la Cruz García Mora
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