El
21 de julio de 1969, cuando el hombre llegó a la luna, en las distintas
escuelas de Pregonero no hubo actividad escolar. Como maestros, representantes
y estudiantes estaban en casa, tenían ocasión de ver el alunizaje del Apolo 11,
así como el "primer gran paso para la humanidad", dado por el
astronauta Neil Armstrong. Pero había un problema bastante significativo: los
hogares más humildes no contaban con un aparato de televisión para ver el
noticiero o la retransmisión del magnífico evento.
Mucho
antes de la llegada de los primeros aparatos de televisión a Pregonero, al caer
la tarde, la gente solía sacar las sillas de cuero y sentarse en las puertas de
las casas a dialogar amigablemente con los vecinos. En aquellas fecundas
tertulias, aunque se multiplicaba el chisme, también se tejían profundos lazos
de amistad y compañerismo entre las distintas familias del barrio o la ciudad.
Bajo la mortecina luz del alumbrado público, se podían oír cuentos, leyendas y
chismes.
Cuando
llegó la televisión el proceso de comunicación comenzó a debilitarse notoriamente
y surgieron nuevas relaciones sociales y jerárquicas en el pueblo. Las familias
más pudientes hicieron la respectiva adquisición del aparato electrónico. Pero
a la casa de los "ricachones" no podían entrar los muchachos pobres. En
otros hogares, con ciertas comodidades económicas, había más liberalidad para
aceptar el ingreso de los párvulos del barrio a ver las teleseries del momento.
"El Gran Chaparral",
"Bonanza", "Tarzán", "El Planeta de los Simios",
"Doña Bárbara", "La Usurpadora", entre otras series y
novelas, atraparon para siempre el interés de los cautivos televidentes. En
cada barrio sólo había una o dos casas que tenían televisión a blanco y negro.
Allí llegaba la multitud de niños, con cara de súplica, a pedir permiso para
ingresar a la sala de estar. Algunas personas aprovechaban la ocasión para
exigir la compra previa de un helado o golosina hecha en casa.
Ese no era el caso de las familias de
los señores Trino Durán, Ignacio o Julio Pernía, donde acudían los niños de
Corea. En Capacho, dicen que todos corrían a la casa de doña Domitila Zambrano
de Molina. En los otros barrios, seguramente, ocurría otro tanto. Hoy, después
de tantos años, es necesario valorar el sentido de tolerancia, paciencia y
solidaridad de aquellos cálidos hogares, capaces de acoger el tropel de niños y
jóvenes, vestidos de cualquier manera y a veces hasta sin bañarse.
En la actualidad, hasta en los hogares
más humildes, hay un televisor en cada cuarto. Pero en aquellos tiempos, sentarse
frente al "Mago de la Cara de Vidrio", como lo llamó el escritor
Eduardo Liendo, constituía toda una odisea. Lo más triste era el momento en que
el dueño de la casa, seguramente fastidiado por el ruido de los niños inquietos,
amenazaba con apagar el aparato si no había silencio sepulcral en la sala. Uno
a uno iban abandonando la sala con cara compungida y triste...
José de la Cruz García Mora
No hay comentarios:
Publicar un comentario