La seguridad y el orden público tal vez
sean las exigencias más frecuentes de los ciudadanos frente a las autoridades.
No importa la dimensión ni la complejidad de la comunidad ni de las relaciones
sociales, en el campo o la ciudad, en el barrio o la urbanización, en la casa o
el edifico, todos los vecinos quieren vivir en paz y armonía. En tal sentido,
en los pueblos andinos, la figura del policía uniformado representa un sólido
referente de respeto comunitario y un paradigma de disciplina y seguridad.
Ellos tienen el deber de velar por la
tranquilidad ciudadana y los vecinos, al mismo tiempo, llegan a confiar en el
aplomado juicio de los agentes del orden. Así se configura la fórmula perfecta
de convivencia y armonía. La seguridad está garantizada mientras los agentes
policiales se mantengan dentro de los parámetros legales y cumplan con los
propósitos y responsabilidades definidas dentro del marco legal. Policía y
ciudadano aprenden a vivir en sociedad y armonía.
La cotidianidad en Pregonero pocas
veces se ve alterada por acontecimientos extraordinarios. Como dijo algún
humorista venezolano: “es un pueblo en el que casi nunca pasa nada”. Hace
varias décadas era una comunidad bucólica y pasiva. Los policías, por malicia o
comicidad, solían divertirse con la ingenuidad y el espanto de los niños y mozalbetes,
haciendo simulacros de persecución cuando estos permanecían en las calles jugando
canicas, elevando cometas o bailando trompos.
Aún permanecen frescas en la memoria
las imágenes de infantes huyendo despavoridos por la repentina presencia de los
uniformados de azul. Hasta los miembros de la Banda Bolívar podían asustar al
muchacho más pintado, pues tenían un uniforme muy similar a los agentes
policiales. Más de un valiente terminó rumiando el temor en las enaguas de la
madre, o escondido debajo del catre, en el aposento más oscuro y recóndito de
la casa, con tal de evitar la presencia policial.
Muchos
agentes prestaron servicios en la comunidad uribantina en asuntos de seguridad
y orden público mucho más serios. Muchos nombres aún perduran en la memoria del
pueblo. Taparita, Ternolio, Gregorio Pérez, Luciano, Gonzalo Pérez, Antonio
“Pato” García, Luis Toro, Francisco García, Carrillo, el sargento Castillo y
tanto otros representantes de las generaciones más antiguas. A muchos de ellos
la gente ni siquiera los reconoce por el nombre de pila, sino por el apodo u
otro remoquete.
Severiano Ramírez se convirtió en el
mejor estratega a la hora de atrapar a los solicitados. El hombre se acercaba
con cautela, estrechaba la mano del convicto, lo invitaba amablemente a ir
hasta la comandancia para resolver “un problemita”, una tontería, asegurando
que pronto retornaría a los quehaceres. El chico iba junto al agente
conversando. Pero en la puerta del cuartel le daba un repentino empujón y decía
en tono enérgico:
—¿A quién se le iba a fugar usted?
José
de la Cruz García Mora