sábado, 21 de septiembre de 2013

¿A quien se le iba a fugar usted?

La seguridad y el orden público tal vez sean las exigencias más frecuentes de los ciudadanos frente a las autoridades. No importa la dimensión ni la complejidad de la comunidad ni de las relaciones sociales, en el campo o la ciudad, en el barrio o la urbanización, en la casa o el edifico, todos los vecinos quieren vivir en paz y armonía. En tal sentido, en los pueblos andinos, la figura del policía uniformado representa un sólido referente de respeto comunitario y un paradigma de disciplina y seguridad.
          Ellos tienen el deber de velar por la tranquilidad ciudadana y los vecinos, al mismo tiempo, llegan a confiar en el aplomado juicio de los agentes del orden. Así se configura la fórmula perfecta de convivencia y armonía. La seguridad está garantizada mientras los agentes policiales se mantengan dentro de los parámetros legales y cumplan con los propósitos y responsabilidades definidas dentro del marco legal. Policía y ciudadano aprenden a vivir en sociedad y armonía.
          La cotidianidad en Pregonero pocas veces se ve alterada por acontecimientos extraordinarios. Como dijo algún humorista venezolano: “es un pueblo en el que casi nunca pasa nada”. Hace varias décadas era una comunidad bucólica y pasiva. Los policías, por malicia o comicidad, solían divertirse con la ingenuidad y el espanto de los niños y mozalbetes, haciendo simulacros de persecución cuando estos permanecían en las calles jugando canicas, elevando cometas o bailando trompos.
          Aún permanecen frescas en la memoria las imágenes de infantes huyendo despavoridos por la repentina presencia de los uniformados de azul. Hasta los miembros de la Banda Bolívar podían asustar al muchacho más pintado, pues tenían un uniforme muy similar a los agentes policiales. Más de un valiente terminó rumiando el temor en las enaguas de la madre, o escondido debajo del catre, en el aposento más oscuro y recóndito de la casa, con tal de evitar la presencia policial.
          Muchos agentes prestaron servicios en la comunidad uribantina en asuntos de seguridad y orden público mucho más serios. Muchos nombres aún perduran en la memoria del pueblo. Taparita, Ternolio, Gregorio Pérez, Luciano, Gonzalo Pérez, Antonio “Pato” García, Luis Toro, Francisco García, Carrillo, el sargento Castillo y tanto otros representantes de las generaciones más antiguas. A muchos de ellos la gente ni siquiera los reconoce por el nombre de pila, sino por el apodo u otro remoquete.
          Severiano Ramírez se convirtió en el mejor estratega a la hora de atrapar a los solicitados. El hombre se acercaba con cautela, estrechaba la mano del convicto, lo invitaba amablemente a ir hasta la comandancia para resolver “un problemita”, una tontería, asegurando que pronto retornaría a los quehaceres. El chico iba junto al agente conversando. Pero en la puerta del cuartel le daba un repentino empujón y decía en tono enérgico:
          —¿A quién se le iba a fugar usted?

José de la Cruz García Mora

Pasteles de Arroz y chispitas de carne

          Seguramente, en ciertas ocasiones, algunos muchachos han salido por las calles del pueblo en calidad de vendedores ambulantes, ofreciendo al público algunos productos de consumo inmediato: pasteles, helados, cotufas, empanadas, coquitos, vikingos, cocadas o cualquier merienda. La idea tal vez sea asegurar el ingreso de algunas monedas para satisfacer algún capricho momentáneo. Pero hay jóvenes que convirtieron la experiencia en tradición y herencia familiar.
          El asunto es ejemplo claro del verdadero relevo generacional. Allí nadie quiere perpetuarse en el oficio. El servicio se presta durante unos cinco años, mientras se pasa de niño a adolescente. Una vez que el bozo está bien poblado, para decirlo en términos populares, el cargo le corresponde al menor que sigue en la crianza, porque el chico busca otros destinos mejor remunerados. Si todos los hijos se hacen adultos, entonces, el papel de vendedor corresponde a los nietos.
          Liceria Montilva de Sánchez y Lucila Durán son mujeres que han visto crecer los hijos y nietos en las faenas del trabajo. A Valmore, Julio y Armando, los hijos de Lucila Durán, así como al nieto Cristian, siempre se les vio por las calles del pueblo, con la canasta al brazo, ofreciendo “pasteles de arroz con chispitas de carne”, como ellos mismos pregonaban a los cuatros vientos para cautivar a la clientela. Ahora le toca a la misma Lucila Durán, porque todos los hijos y nietos se hicieron hombres.
          Lo mismo puede decirse de Agustín, Ramón “Palo ‘e Coca”, Jorge “Tripón”, Elizabeth y Gabaldoni Sánchez Montilva, los hijos de Liceria Moltilva, así como de Jonathan, el nieto de la dama. Seguramente, otros hijos y nietos en algún momento también fueron fieles exponentes de la tradición familiar. Pero en las capturas memorísticas no se conservan registros visuales del desempeño de los mismos por las calles de la ciudad, en busca de clientes para despachar la mercancía.
          Ellos salían consuetudinariamente a vender las ricas meriendas, con la canasta terciada en el brazo izquierdo y el picante en la mano derecha. Es una imagen clara, persistente e imborrable. En los recuerdos también aparecen los hermanos Rubén y Rodolfo Méndez, aunque la gente los identifica por el apellido Camacho, vendiendo los ricos y crujientes pasteles preparados por doña Catalina de Buitrago. Ellos también sacrificaron muchas horas de la niñez en responsabilidades laborales.
          El trabajo infantil es una de las demandas que la modernidad intenta suprimir a toda costa, evitando que los niños asuman responsabilidades en la producción de dividendos económicos. Pero cuando los imperativos del hogar exigen el concurso de los familiares en tareas remunerativas para complementar el ingreso de la casa, estos se convierten en baluartes de lucha y trabajo, sacrificando largas horas de juego y diversión, para contribuir con la economía hogareña…

José de la Cruz García Mora

Las Cartas de Siete Vicios

          Ahora los mensajes llegan al instante por internet o vía celular. En la cocina puede faltar la comida. Pero nadie está dispuesto a sacrificar la posesión del teléfono móvil. Hasta las aldeas más remotas tienen acceso a las redes sociales y todos luchan por acceder a la tecnología de punta en materia de comunicaciones. Cualquiera puede mendigar una empanada o un refresco en la cafetería del pueblo, con la seguridad de que en el bolsillo lleva un costoso y sofisticado aparato.
          La inaccesibilidad por vía terrestre y las dificultades para las comunicaciones siempre han sido los problemas más acuciantes de los uribantinos. Incluso, las centrales de telefonía fija nunca han tenido capacidad para más de doscientas llamadas de salida. Los servicios de telegrafía y correspondencia funcionan en Pregonero desde la década de los años 40 del siglo XX. Muchos ciudadanos han prestado grandes servicios a la localidad en la distribución de cartas a domicilio.
          Uno de aquellos funcionarios fue César Ramírez, mejor conocido entre la gente como “siete vicios”. Armando Márquez también cumplía similares roles dentro de la colectividad. Era usual verlos trajinar a pie por las calles del pueblo, llevando las misivas que llegaban desde otras latitudes con las noticias de los familiares lejanos. Cornelio Mora, en cambio, destacó por cumplir funciones administrativas dentro de la oficina y muy ocasionalmente salía a repartir las cartas.
          A César “Siete Vicios”, como asiduo espectador de los juegos de Softball, era fácil verlo en las graderías del Estadio Municipal disfrutando las incidencias del espectáculo deportivo. Es difícil saber si las apuestas figuran entre las predilecciones informales del caballero. Pero el fanatismo político nadie se lo discute. Era ejemplo fehaciente de aquella vieja consigna romuliana: “Adeco es adeco hasta que se muere”. Él sentía gran orgullo de la filiación partidista que había escogido.
          Como distribuidor de cartas a domicilio, el hombre recorría a pie las calles del pueblo y sabía con precisión las direcciones de la gente. Nunca jamás se le llegó a ver con el pelo revuelto, ni con el rostro sudoroso, porque siempre tuvo buen cuidado en afirmar el peinado con la gomina de la época, mientras que el pañuelo perfectamente doblado cumplía las funciones en las horas de solana. Además, como funcionario público, se caracterizó por el buen vestir en todas las ocasiones.
          Otros han cumplido las mismas funciones de César “Siete Vicios”, como Agustín Sánchez, Richard Méndez (padre e hijo). Pero Armando Márquez y César Ramírez lo hicieron en épocas en que no había otros medios de comunicación. Como mensajeros del pueblo llegaron a convertirse en pregoneros de la esperanza, al servir como portavoces de innumerables noticias, preferiblemente buenas. Ellos continúan deambulando por los intersticios de la memoria del pueblo uribantino.

José de la Cruz García Mora

jueves, 12 de septiembre de 2013

Las Arepas de Ramón Suárez

          Para los Chácaros es sagrada la hora del puntal. Ningún obrero cumpliría con eficacia las labores encomendadas diariamente, si no estuviera suficientemente abastecido de alimentos durante toda la jornada. Es la lógica del equilibrio entre el desgaste y la reposición de energía. El estipendio por la venta de la fuerza de trabajo incluye desayuno, almuerzo y puntal, especialmente en las faenas agrícolas y pecuarias. Incluso, la costumbre también vale en el perímetro urbano en labores de construcción.
          Los que trabajan en otras áreas necesitan resolver el problema de la ingesta de comida por diversas vías. Los establecimientos gastronómicos y los vendedores ambulantes son parte de la solución. En el sector de Capacho, exactamente en el cruce de la carrera 2 con calle 3, el negocio de Ramón Suárez sirvió durante muchos años como punto de encuentro para los comensales ambulantes. Estudiantes, mecánicos, chóferes, empleados públicos, eran los clientes más asiduos.
          Ramón Suárez tenía una bodega para la venta de víveres al detal, como cualquier otro comerciante de la época. Nadie iba a bajar desde la bomba o el liceo, o subir desde la Plaza Bolívar o El Calvario, para comprar una sardina o un kilo de azúcar en aquel negocio. La necesidad la podía satisfacer prácticamente al lado o al frente de la casa. Una de las peculiaridades económicas de Pregonero siempre ha sido la proliferación de dos, tres y hasta cuadro bodegas por cada cuadra.
          El atractivo del local eran las deliciosas arepas rellenas preparadas diariamente por la esposa del comerciante, la señora Alix de Suárez. Es curioso el machismo implícito en las relaciones dialógicas de los ciudadanos. Todo mundo sabía que el gusto y la sazón de aquellos exquisitos aperitivos venían de la cocina hogareña de la dama en mención. Ella era la encargada de poner la masa y el guiso a punto. La función del caballero consistía solamente en entregarlas a la clientela.
          Pero llegada la hora del desayuno o puntal, el imperativo se hacía común: “Vamos a comer arepas donde Ramón Suárez”. Sólo había algo malo para los jóvenes de aquella época: no había suficiente dinero para comprar el exquisito alimento. Pero de cualquier manera se las arreglaban los muchachos del liceo para ponerse a la altura de los demás clientes de la bodega. Allí llegaban en grupitos de dos, tres, cuatro y hasta cinco estudiantes a degustar las delicias de la casa.
          Un día Ramón Suárez marchó a San Cristóbal, a buscar mejores horizontes para los hijos que empezaban a estudiar en la universidad. Dicen que en el barrio donde se estableció pronto logró recuperar la clientela de Chácaros. Los coterráneos residenciados en la ciudad encontraron allí un punto de encuentro, no sólo para comer el delicioso aperitivo, sino para intercambiar opiniones y enriquecer la tertulia, recordando anécdotas y situaciones vividas en el lugar de origen…
José de la Cruz García Mora



Vaya a soplar el fogón

          En los hogares humildes de Pregonero, los clásicos fogones de leña llegaron a impregnar literalmente de humo muchas cocinas, ropas tendidas al sol y todo lo que dentro de la casa estuviera expuesto a la humareda. Casi nunca había dinero para darse otros gustos más exquisitos en materia de infraestructura gastronómica. Sólo los ricachones podían mandar a construir cocinas a estufa. Pero la gente del pueblo vivía conforme con los típicos fogones de leña…
          Tres piedras de tamaño discreto, colocadas en ángulo preciso, o una armazón de hierro, eran elementos suficientes para montar las ollas y preparar los alimentos, al calor de las brasas ardientes. A los niños y jóvenes les correspondía la responsabilidad de aprovisionar suficientes maderos secos para el gasto diario de la casa, mientras los mayores trabajaban con el hacha en la preparación de las astillas. Era usual ver rimeros de maderos secos perfectamente organizados en cualquier aposento.
          Cualquier infante o mozalbete podía ir gustoso al río a bañarse, comer naranjas, guayabas o mangos verdes. Tal vez a buscar lechosas, chayotas, aguacates u otras verduras en los solares ajenos. Recoger leña, en cambio, significaba retornar lleno de hormigas y residuos de madera por todo el cuerpo. Para las muchachas también era otro martirio ir a la cocina humeante a soplar el fogón para avivar la llama, con una tapa mugrienta y destartalada o simplemente con la boca.
          La llegada de las cocinas a querosén aliviaron un poco las responsabilidades infantiles y juveniles. Pero la verdadera bendición vino con las cocinas a gas. Las mismas eran muy onerosas y no estaban al alcance de los humildes vecinos. Sin embargo, poco a poco, la comodidad se impuso sobre las privaciones. Entonces, el servicio de gas se hizo indispensable para todas las familias. En Pregonero surgieron dos empresas para atender las crecientes demandas de los vecinos del pueblo.
          Son muy débiles los recuerdos sobre Miguel Suárez y Amadeo Morett, los administradores iniciales de una y otra empresa. Pero la imagen infatigable de José Pinzón, o el rostro circunspecto de los hermanos Maro y Jairo Morett (Ovallos), alcanzan mayor frescura cuando el camión distribuidor pasa por el frente de las casas y el nítido tintineo de las bombonas hace disparar los mecanismos de la memoria. Durante varias décadas surtieron del combustible gasífero a los hogares locales.
          Hoy día las cosas han cambiado. Amadeo Ovalles impuso el trato afable hacia los clientes, mientras que José Pinzón pasó a retiro, dejando como encargados del servicio a los hijos, o a algunos empleados. Pero ambas familias perduran en el tiempo como testimonio fehaciente de los cambios que produce la modernización en la cultura de los Chácaros. Ya no hace falta arrumar leña seca ni soplar el fogón. Ahí están las empresas de gas para surtir a la clientela.

José de la Cruz García Mora

Los Masajes de Bartolo

          El deporte de las bielas ha sido una de las grandes pasiones de los uribantinos. De hecho, es la disciplina que ha dado atletas con mayor proyección regional, nacional e internacional. La gente puede recordar atletas de la talla de José Ramón Sánchez, Edecio Hernández, Pedro Mora, Josmer Cuadros, los hermanos Erwin y Josmer Méndez y otros que han participado en competencias de alto nivel, como la Vuelta al Táchira, la Vuelta a Venezuela o en algunos eventos de corte internacional.
          Grandes atletas coronaron de éxitos la carrera deportiva en competencias netamente locales: Heriberto y Carlos Sánchez, Gerardo y Roberto Arellano, Luis “Chumaco” Ramírez, Simón “Cabeza ‘e Mango” Zambrano, Amable Hernández, Gonzalo García, Lenin Sánchez, Freddy Pernía, Adolfo Contreras, Fabio Pernía e incluso Luciano Sánchez, el eterno ganador de los premios de consolación. Muchos otros nombres deben estar palpitando en el recuerdo agradecido de los contemporáneos.
          Hombres como Rodrigo Pernía, Julio “Guayas” Duque, Oscar Sánchez, Alipio García y otros promotores de la actividad calapédica, en distintas épocas, cumplieron roles como acompañantes en vehículos o motos. Son las imágenes que llegan con mayor claridad a la memoria cuando se tiende la mirada a las décadas pasadas. La oportuna ayuda del mecánico es vital a la hora de algún desperfecto en plena competencia. Gerardo Ayala supo atender a los desafortunados atletas en momentos de dificultad.
          En la galería de recuerdos no puede faltar la invocación de Bartolo, “el hombre que se defiende sólo”. Así solía decir al recordar los tiempos de atleta competitivo. Pero es más claro el recuerdo en el papel de masajista, arte en el que mostró pericia, compromiso y lealtad hacia los ciclistas. Antes de cada competencia debía poner a tono la masa muscular de los muchachos. En plena calle, con el atleta sentado en la acera, Bartolo sabía hacer milagros con las musculosas piernas de los ciclistas.
          El olfato aún parece captar los penetrantes aromas mentolados de las “fricciones” —así le decían a los ungüentos— que usaba para tonificar la musculatura de los combativos deportistas. El hombre hacía gala de increíble agilidad, destreza y maestría al momento de frotar las fibras contráctiles de los muslos. Sobre la brillante epidermis del atleta, previamente depilada en casa, hasta los dedos meñiques aparecían y desaparecían en la rítmica fricción de los músculos masculinos.
          Bartolo, como ferviente aficionado del ciclismo, también fue acompañante, mecánico, “aguatero” y hasta improvisado director deportivo. La disciplina no tenía secretos para el caballero. Posteriormente, no se ha visto nadie como él en el rol de masajista, entregado con pasión a la noble tarea de acondicionar la musculatura de los atletas. Como lo hacía a los ojos de todo el mundo, la imagen permanece intacta y la memoria es fiel a la hora de hurgar en el baúl de los recuerdos juveniles.
José de la Cruz García Mora

A Real la Vuelta al Pueblo

          Hay muchos indicadores para establecer el nivel de desarrollo y progreso de los pueblos. Estos se enorgullecen de las empresas que son capaces de atender los requerimientos de la ciudadanía, sobre todo cuando la calidad de los servicios públicos logra mejorar el estándar de vida de la población y las funciones centrales son capaces de atender los diversos requerimientos de los habitantes. La especialización de los servicios es síntoma de la evolución social de las comunidades.
          Pregonero es un pueblo con una planta urbana modesta. Es común que la gente se desplace a pie por las calles del pueblo, mientras realiza las diligencias cotidianas en los distintos establecimientos públicos y privados de la población. Las distancias son muy cortas y en muchos casos no se requiere el servicio del transporte colectivo intraurbano. Pero hay gente con visión de futuro que se adelanta a los tiempos y ofrece servicios destinados a favorecer la calidad de vida de los ciudadanos.
          Hace varias décadas, un viejo bus recorrían las solitarias calles del pueblo, recogiendo y dejando pasajeros, según las necesidades de cada usuario. Era la famosa "circunvalación", propiedad del profesor Américo Roa Ramírez. El hombre tuvo la acertada iniciativa de ofrecer el servicio del transporte a la colectividad, con una modesta inversión, en momentos en que en el pueblo no se habían logrado consolidar una sólida visión cultural sobre la necesidad del transporte colectivo para los ciudadanos.
          Ciertamente, muchas personas de extracción humilde tomaban la unidad por necesidad, para ir al lugar de trabajo o hacia la escuela. Pero otros encontraron un medio económico para imitar las costumbres de quienes tenían vehículo propio. Hablando literalmente, para nadie es un secreto que la distracción favorita de los chóferes, desde hace mucho tiempo, consiste en "darle vueltas al pueblo", prácticamente hasta marearse. Nadie vaya a pensar en la tentación chismográfica de unos cuantos.
          La "circunvalación" vino a llenar un vacío existente en la sociedad pregonereña. Los precios módicos permitían que la gente se diera tales lujos. El pasaje de subida o de bajaba tenía el costo de 0,25 bolívares: un "medio", como se decía en la época. Pero todos preferían pagar un "real", moneda equivalente a 0,50 bolívares, con tal de completar la vuelta a la población. Muchos se hacían los locos y desentendidos cuando se completaba el giro y llegaba el momento de apearse.
          Lo mismo hacía Delfín García, el chófer de la unidad. Era músico de la Banda Bolívar y ejecutaba el redoblante. Al frente de la "circunvalación", el chófer no tenía problemas en que los jóvenes dieran una vuelta gratuita de más. Pero estos no comprendían la benevolencia de aquel hombre y pretendían ocultarse tras los asientos traseros para continuar disfrutando del viaje. El hombre sonreía tras el volante y continuaba la faena, regalando muchos momentos de Solaz a la juventud local.

José de la Cruz García Mora

La Pequeña Dictadura

          La radio siempre fue un recurso indispensable para la población local, al momento de informarse sobre los grandes acontecimientos históricos de la humanidad. Escuchar la radio regional o colombiana siempre fue una de las aficiones más arraigadas de la gente del pueblo y el campo. El impacto comunicacional de la prensa escrita se reduce a círculos muy específicos. Víctor García, mejor conocido como “Jalámelo” o “Panato”, fue el voceador de periódicos más conocido en el pueblo.
          La televisión logra mayores niveles de audiencia cada día. Personas como Álvaro Lacruz García, a pesar del analfabetismo, pueden recitar de memoria los presidentes del mundo con facilidad impresionante. Son muchas horas al día con el oído puesto en la radio. Así mantiene la memoria activa y se entera de lo que pasa más allá de las fronteras patrias. Otros ciudadanos también hacen gala del prodigio memorístico a la hora de invocar los hechos ocurridos en el orden mundial.
          En la década de los 70 del siglo XX, Nicaragua vivió la férrea dictadura de Anastasio Somoza Debayle. Somoza andaba en boca de todos los vecinos y estos conocían las humillaciones sufridas por el pueblo centroamericano. Ese era el apellido de los déspotas. Por la misma época, en estas latitudes chácaras, también había una pequeña dictadura militar, caracterizada por el abuso de poder y la “caribería”, como se dice en términos criollos cuando se atropella injustamente a las personas humildes.
          Pocos conocían el nombre de pila del sargento que fungía como Jefe de Puesto de la Guardia Nacional en Pregonero. El carajo tenía hasta nombre de emperador: Napoleón. La gente tenía poca prisa para compararlo con el personaje de la historia universal. Nunca nadie mentó a Napoleón Hernández en los chismorreos del pueblo. “Somoza” era el apodo que le habían calzado a las pocas semanas. El dictadorzuelo pueblerino impuso el propio toque de queda: después de las 9 nadie estaba en la calle.
          Muchos sufrieron los abusos del “Sargento Somoza”. No sólo la juventud de pelo largo, los serenateros y los adolescentes callejeros. También los chóferes campesinos, vendedoras de miche, carpinteros, carniceros, vendedores ambulantes y toda persona humilde que no cumpliera los caprichos del funcionario. Era juez y parte en el comportamiento de la gente. Las fiestas familiares y templetes populares duraban exactamente hasta que él mandara a apagar los equipos de sonido.
          El dictador centroamericano fue derrocado por los sandinistas y luego sufrió un atentado mortal. Pero el de aquí siguió haciendo de las suyas por un tiempo. Era pequeño de estatura y regordete. Pero enorme en la dimensión de los abusos contra los humildes. Un día Víctor “Panato” García iba voceando el titular del periódico: “Mataron a Somoza”. Un comerciante le dio una trompada, creyendo que gritaba: “Mataron a su moza”. La radio dejó muy claro que el Somoza muerto no era el de aquí…
José de la Cruz García Mora



Recibiendo el cambio e informando

          La Vuelta al Táchira en Bicicleta es un evento deportivo capaz de paralizar las actividades pueblerinas. Esto no pasa solamente cuando se tiene la suerte de recibir la caravana multicolor en tierra chácara. A lo largo de todas y cada una de las etapas, la transmisión radial mantiene expectante a la población. Incluso, hay personas dispuestas a ir hasta La Grita, Tovar, Capacho y San Cristóbal a presenciar la llegada de la vuelta. Es una cita de honor que se cumplía el pie de la letra cada año.
          La emisora "Ecos del Torbes", la emisora predilecta, en las primeras versiones, tuvo el privilegio de trasmitir el evento ciclístico con carácter de exclusividad. En esos tiempos, también logró congregar a los jóvenes uribantinos en torno a un radio portátil de baterías recargables. Era común observar a los radioyentes en los postes de electricidad ubicados en las esquinas del pueblo. La intención de aquellas asambleas espontáneas, sencillamente, tenían como propósito garantizar la sintonización de la radio.
          Hoy es posible observar en vivo y directo, a través de las imágenes de televisión, el verdadero desempeño de los ciclistas en las grandes vueltas del mundo: Tour de Francia, Giro de Italia y Vuelta a España, así como otras competencias olímpicas o profesionales de proyección mundial. Ya es posible saber cómo es el verdadero comportamiento de los ciclistas en competencias con duración de dos o tres semanas: hay momentos de altísima competitividad y largos trayectos de calma.
          Pero en aquellos tiempos de infancia y juventud, bajo la influencia evidente de los narradores colombianos, los profesionales de micrófono del patio sabían mantener en vilo a los radioescuchas durante toda la jornada. Los atletas parecían interminables. Si en dos cronometrajes sucesivos había sólo 1 segundo de diferencia, con engolada y sonora voz, los locuaces narradores describían aquella “situación normal” como la más encarnizada lucha entre los escapados y el pelotón persecutor.
          No es exageración: Sólo 1 segundo de descuento —o de aumento— entre los ciclistas era razón suficiente para que cualquier muchacho dejara de ir al baño a cumplir con alguna necesidad fisiológica, esperando con aprehensión y estoicismo a que se resolviera el dilema de la competencia. El “Guillo” Villamizar y Carlos Alviarez Sarmiento, por sólo nombrar dos reconocidos pioneros de la narración radial, lograron cautivar a la expectante audiencia durante varios años.
          —Claaaaaaaaaaro, claaaariiiiiiiiiiitoooo¡¡¡¡, recibiendo el cambio e informando…
          Exactamente eso era lo mismo que trasmitía Eduardo Gil, en una medianoche de enero —junto a Gregorio y Bautista Gil, Simón “Tito” y Gregorio “Goyo” Mora y José de la Cruz García—, cuando llegó una comisión de la policía del pueblo a detener ipso facto a los “malandros comunistas”, porque estaban cometiendo el terrible e imperdonable delito de imitar las narraciones de Ecos del Torbes…
José de la Cruz García Mora

Échele agua a la Leche

          Cuando un campesino viene el pueblo siempre usa el mejor atuendo y la ropa más nueva. No pasa exactamente lo mismo cuando un citadino se prepara para visitar el campo. He ahí una gran diferencia en la concepción del respeto y la consideración al prójimo. En el marco de esta cultura de limpieza, entre los habitantes del sector rural, nació la costumbre de lavarse los pies y cambiarse las alpargatas o la ropa en los ríos y quebradas ubicadas en las entradas del pueblo.
          Eso era lo que hacía todos los días Calixto Contreras bajo el puente de La Vega. El hombre era un vendedor de leche radicado en la aldea Palmarito, exactamente en la entrada actual de La Cañabrava. Muy temprano, al rayar el sol de la mañana, siempre se le veía bajar caminando con paso cansino, con varias pimpinas terciadas al hombro. Luego subía al pueblo y ofrecía el producto de puerta en puerta.
          — Échele agua a la leche para que rinda
          Así le solían gritar los muchachos al anciano, escondidos en cualquier lugar, mientras este se arreglaba la ropa y el calzado para entrar al pueblo. Nunca falta el pícaro joven dispuesto a zaherir a las personas que trabajan honestamente, para ganarse el sustento diario como lo mandan los preceptos de Dios. Realmente, no había mala fe en aquellas actitudes prejuveniles, sólo el propósito de sacar a la gente de las casillas. Pero, inadvertidamente, llegan a convertirse en verdaderas ofensas.
          Calixto Contreras era un hombre más bien bajo de estatura. Pero con un corazón enorme, noble y generoso. Quizá los muchachos de la época no entendían la magnitud de las tareas emprendidas por el campesino ejemplar en pro del pueblo. La preocupación jamás fue "echarle agua a la leche", como creían erróneamente los echadores de broma, sino "ponerle leche" a la vida de niños y jóvenes, para que el crecimiento fisiológico respondiera a los nutrimentos de la alimentación fresca y sana.
          Llamaba la atención el terco empecinamiento del hombre en hacer la jornada a pie, desde la unidad de producción hasta el pueblo. Ya estaba en servicio el transporte público prestado por la Línea Uripreg, primero en camiones con estacas y luego en los llamados “chasis largo”. Pero él nació para andar y desandar caminos. A pesar de la avanzada edad, el rostro nunca denotó síntomas de cansancio. Primero estaba el deber de surtir el pueblo con un alimento indispensable y nutritivo.
          En muchas ocasiones, junto al caballero andante, venía la hermana Marcelina Contreras, casi tan anciana como él, con el infaltable paraguas en la mano, seguramente a cumplir con los rituales religiosos, visitar otros familiares o hacer el mercado semanal. Ella destacó siempre por mostrarse bien emperifollada y perfumada, atendiendo la costumbre rural de vestir la mejor gala cuando se visita el pueblo. Es sabia la lección que los campesinos saben darle a los engreídos del pueblo.
José de la Cruz García Mora



miércoles, 28 de agosto de 2013

El Atril Ambulante

De Pie: Delfín García, Ramón "Toquito" Contreras,
Alirio Guirigay y Manuel Arellano.
Abajo: Don Teófilo Ramírez, José María Pérez "Cano",
Teófilo Ramírez, Jorge y Gabino Vivas.
Banda Bolívar de Pregonero 
          La Banda Bolívar de Pregonero es una institución con profundo arraigo en las labores culturales de la ciudad. En algunas ocasiones, el uniforme de los músicos era muy similar al que usaban los policías. Más de un niño se llevó un espantoso susto, al tropezar de frente con un miembro de la agrupación. El párvulo salía corriendo, buscando dónde esconderse y poniendo a buen resguardo las metras o el trompo. En aquellos tiempos, jugar metra era un delito y el temor impedía diferenciar a músicos y policías.
          La banda de música siempre ha estado activa y presta a colaborar en todas las actividades o festividades populares del pueblo: retretas, ferias, elecciones, desfiles, caravanas, misas, entierros, ordenaciones, procesiones, trasmisiones de poder y tantos otros eventos que requieren el rítmico acompañamiento de la agrupación musical. A la hora de la retreta dominical en la Plaza Bolívar, el ayudante coloca los atriles bien alineados en el lugar destinado a la tocata.
          A la hora de un desfile la cosa cambia. Ahora hay suficientes vehículos disponibles para el traslado de los músicos. Pero en aquellos tiempos era usual caminar por las principales calles del pueblo. Algunos instrumentos traían unas pinzas para fijar las partituras y facilitar la ejecución mientras se estaba en movimiento. Pero los músicos también tienen exquisiteces y preferían buscar un párvulo que hiciera el papel de atril ambulante. Lo triste del caso es que los servicios eran gratuitos.
          Pero, extrañamente, los niños preferían renunciar a recoger caramelos y otras golosinas, colarse en un vehículo para dar la vuelta, o simplemente observar la caravana, a cambio del privilegio de ir en aquella marcha. Unos llevaban la partitura prensada al cuello, con un gancho de colgar ropa. Los más diestros portaban el papel en la mano. En ambos casos, la tarea exigía desfilar prácticamente como un robot, para evitar movimientos imprevistos que impidieran la nítida lectura del pentagrama.
Arriba: Delfín García, Ramón "Toquito" Contreras,
Don Teófilo Ramírez, Manuel Arellano y Alirio Guirigay.
Abajo: Julio Rodríguez, Teófilo Ramírez, José María "Cano" Pérez
Roberto Rodríguez y Rodolfo Pernía.
Banda Bolívar de Pregonero
          Los mozos más pícaros preferían ir a la plaza a chupar un limón frente a José María Pérez, el popular “Cano”, para ponerlo a tragar saliva y hacerlo perder en la ejecución de la melodía. Otros preferían hacer bolas de papel y lanzarlas disimuladamente a la boca de los grandes instrumentos de acompañamiento, ubicados en la fila posterior, para impedir la salida del viento. Los más osados se atrevían a intercambiar las partituras mientras los músicos iban al descanso.
          Aún llegan a la memoria las imágenes de aquellos atriles ambulantes, marchando como autómatas, confundidos entre los músicos de la Banda Bolívar y ataviados con calzones cortos y remendados, pantuflas de caucho, alpargatas o hasta descalzos. Pero con la altivez, la dignidad y el orgullo de quienes se saben observados por la multitud. Ellos cumplían el encargo con admirable responsabilidad y respeto. Por eso, de vez en cuando, se ganaban un medio como gratificación…
José de la Cruz García Mora

domingo, 25 de agosto de 2013

Vaya y me suelta la Mula

          Hubo una época de esplendor arquitectónico en Pregonero. Las casas de la gente notable se construían con gruesas paredes de tierra pisada y techo de teja, aprovechando los abundantes materiales arcillosos existentes en los alrededores. Los inmuebles ocupaban grandes espacios y podían deteriorarse al mínimo descuido. La construcción de una casa de estilo colonial exigía grandes inversiones y buena parte de la población no tenía capacidad económica para enfrentar los elevados costos.
          Entonces apareció el bloque de cemento y techo de zinc como alternativa para la gente de menores recursos. Reinaldo “Cuica” y don José García se convirtieron en surtidores del producto. El primero en la calle 11, diagonal a la Plaza Miranda, frente a la emergencia del antiguo Hospital San Roque. El segundo en el Barrio Potreritos, en la salida del camino de la mina. Aquel tenía una mula para el acarreo de los materiales. Este, en cambio, poseía un camión que era manejado por el “Turro” Antonio García.
          El incesante ir y venir de la mula de Reinaldo “Cuica”, atravesando las calles del pueblo con aquellos vetustos cajones de madera, se conserva fresco en la memoria de los muchachos de la época. El lecho del río Uribante era el lugar de aprovisionamiento gratuito de granzón. La arena se traía desde la mina existente en la parte alta de Potreritos. Si el pedido era muy importante, entonces contrataba el camión de Víctor Rincón para traer el areniscoso material desde Río Negro o la mina de Las Escaleras.
          En diversas ocasiones, Víctor García, el popular “Pato” —el padre del suscrito— estuvo trabajando en las faenas de sacar granzón en el río, cargar arena en las minas o elaborar los bloques en el taller de trabajo. Había una ventaja en ser hijo del obrero de turno. El propietario pagaba un medio (Bs 0,25) por buscar o soltar la mula en los potreros de La Vega o en los Abdón Pernía —actual Barrio Brisas del Uribante—. El mismo valor tenía conducir la bestia de cabestro con la carga de arena o granzón.
          La bloquera de Potreritos tenía mayores volúmenes de producción. Pero el taller de Reinaldo “Cuica” dejaba mayores ganancias a los párvulos del sector Plaza Miranda y Corea. Al caer la tarde o clarear el día, siempre había un niño merodeando por allí, haciéndose el zoco, con la esperanza de que le tocara en suerte hacerse cargo de la mula. El hombre era inteligente y sabía repartir las responsabilidades entre los muchachos, buscando que poco a poco le cogieran amor al trabajo honesto.
          Con el tiempo se instalaron las bloqueras de Alcibiades Pérez en río Negro, Esteban Méndez en Paracotos, XXXXXX Rondón en Pregonero o Julio Mora en La Popita. El incansable jumento de Reinaldo “Cuica” parece revivir a cada instante, con los viejos aperos y el par de cajones terciados, mientras echaba los típicos pedos de las bestias, al subir por el empedrado de La Vega. La voz del propietario aún parece decir: —Mijo, vaya y me suelta la mula y se gana un medio…
José de la Cruz García Mora

La Guerra a Piedra

          Hay formas muy poco ortodoxas para la distracción. Pero la infancia y la juventud poco entienden de precaución, prudencia y responsabilidad, al momento de buscar alternativas para asegurar la diversión y el entretenimiento. Pareciera que toda ocasión es buena para sentir la intensa sensación de la aventura y el apasionante desafío a los peligros. Todavía no se desarrolla el sentido de conservación y respeto a la propia integridad física de las personas.
          En los tiempos de infancia se oían muchos comentarios sobre las grandes rivalidades existentes entre los lustrabotas de Capacho y El Calvario. Los de arriba no podían bajar y los de abajo no podían subir más allá de los límites de la calle 7, al costado sur de la Plaza Bolívar. Los invasores eran expulsados de inmediato y a la fuerza por los mozalbetes del otro sector. Lo más seguro es que el atrevido terminara perdiendo el cajón y los implementos de trabajo.
          Obviamente, había largas temporadas en las que se fumaba la pipa de la paz y todos los muchachos podían ir y venir hacia el norte o hacia el sur, en la búsqueda de clientes. Pero nunca faltaba el "cabeza caliente" que pretendía entronizarse y erigirse como el cacique de un feudo. Entonces, volvían a surgir las típicas rivalidades pueblerinas y el encono crecía entre la muchachada, reapareciendo las prohibiciones de trabajo como lustrabotas en el otro sector.
          Los niños tienen un sentido extraordinario de la imitación. Al escuchar los cuentos de lo que anteriormente hacían los adolescentes de Pregonero, no perdían ocasión para jugar estúpidamente al papel de héroes. Después de gozar un rato de las delicias veraniegas del río Uribante o de la cristalinidad del “Pozo de Los Azules”, eventualmente, algún tonto atrevido proponía jugar a la "guerra de piedra" y lo curioso es que la mayoría secundaba la estupidez.
          En un santiamén, los chicos que venían disfrutando agradablemente en grupo el refrescante baño en las aguas del río, ahora aparecían divididos en bandos antagónicos y rivales, dispuestos a agredirse mutuamente, a punta de piedra en las playas del Uribante. Corea contra El Calvario, o contra Potreritos, o contra los de La Avenida. Incluso, hasta llegaron a establecerse alianzas previas entre los representantes de un barrio y otro. Pero lo importante era buscar la aventura y el peligro.
          Más de uno terminó con la cabeza llena de “chichones” y llorando a lágrima suelta, mientras la sangre corría por el rostro. Pero, afortunadamente, aquellas tardes de estupidez no terminaron en tragedias. Al rato, al terminar el combate, todos se volvían a reunir para comentar las peripecias y retornar en grupo a la población, haciéndole prometer a los heridos que no dijeran nada en casa. Seguramente, con una golosina compraban el silencio cómplice hasta la próxima ocasión.

José de la Cruz García Mora

viernes, 23 de agosto de 2013

Las Arepas de Antonio "Manco"

          En los patrones de conducta juveniles de los Chácaros se hizo práctica habitual la asistencia al cine del pueblo, en plan de noviazgo con alguna simpática chica o simplemente por distracción nocturna. Al terminar la función fílmica, antes de retornar al cálido abrigo del hogar, los muchachos solían satisfacer los apremios del estómago, degustando una sabrosa y suculenta arepa rellena recién preparada. Está claro que los límites dependían de la capacidad económica de cada bolsillo.
          El sitio ideal era la tostadería y heladería del profesor Américo Roa, ubicada en la planta baja del edificio rentable, frente a la Plaza Bolívar de Pregonero. Allí había una rockola bien conservada, con el más variado y actualizado repertorio del “hit parade” del momento. El pequeño punto comercial estimulaba el encuentro de los jóvenes de uno y otro sexo. El local no tenía competencia en la venta de arepas rellenas. Además, era la barquillería más prestigiosa del pueblo.
          El día que Antonio “Manco” Márquez abrió una arepera en El Calvario, exactamente en el cruce de la Calle 12 con carrera 2, los patrones nocturnos de consumo gastronómico comenzaron a cambiar. Aquellos aperitivos bien sazonados lograron atrapar a la clientela. Niños, jóvenes y adultos, de acuerdo con las posibilidades económicas personales, tuvieron ocasión de probar exquisitas salsas y sabrosos rellenos de carne, pollo, queso, jamón, pernil, molleja y la clásica “Reina Pepiada”.
          El hombre apenas tenía una mano. La otra la había perdido en un accidente casero en la juventud. Aquel hombre era la habilidad hecha persona en la preparación manual de la arepa rellena. La esposa cumplía con la misión de preparar los guisos, remojar la masa y azar las arepas en el tiesto. El resto del proceso corría por cuenta del caballero y no había ningún misterio en tomar la arepa, cubrirla con papel servilleta, sacar la masa, introducir el relleno, poner la salsa y cobrar al cliente.
          Sólo la gente que no se amilana frente a las dificultades, ni se deja vencer por la adversidad, es capaz de buscar alternativas de lucha para seguir enfrentando los retos de la vida diaria. Siempre supo levantar la cara con orgullo y mostrar talante de progreso al frente del hogar. Posteriormente, trasladó el negocio hasta la casa paterna en El Calvario, hasta que finalmente se estableció definitivamente en el Barrio Potreritos. Luego la tostadería se transformó en bodega y comercio de víveres.
          Las arepas rellenas de Antonio “Manco” sabían a gloria. Desde todas partes llegaban los clientes, a ciertas horas de la noche a tratar de calmar los imperativos del estómago. La cultura del cine se perdió prematuramente por la aparición del Betamax, VHS, el DVD y otras tecnologías de punta. Entonces, aparecieron algunos negocios de alquiler de cintas, entre ellos uno propiedad del mismo Antonio Márquez. Pero el recuerdo de aquellas sabrosas y exquisitas arepas rellenas no se borra de la memoria 
José de la Cruz García Mora



Suéltela, Patiblanco

          La tradición beisbolística comenzó a arraigarse en Pregonero en la primera mitad del siglo XX. Los estudiantes de la Escuela Federal Para Varones Sánchez Carrero sintieron la necesidad de exigir un campo deportivo para las prácticas atléticas de la juventud. Al iniciarse los trabajos de la Represa Uribante Caparo llegaron grandes contingentes de obreros, provenientes de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y otros países sudamericanos. Con ellos se consolidó la verdadera pasión por el balompié.
          El engramado del Estadio José Ramón Sánchez (Mora) se convirtió en escenario de las confrontaciones deportivas de altísimo nivel competitivo. No se sabe si era cierto o falso, pero se llegó a decir que algunos destacados atletas habían militado en el futbol profesional de los respectivos países de origen. Ellos habían venido a estas latitudes andinas con el propósito de alcanzar mejores niveles de vida. Durante la estadía en estas tierras mostraron lo que eran capaces de hacer con un balón en los pies.
          Cada una de las compañías que estaban en los trabajos de construcción de la represa había conformado el respectivo equipo. Los emigrantes de Colombia y Perú tenían selecciones propias. ¿Cómo olvidar el potente disparo del famoso “Veterano”, la increíble agilidad de “Chiqui” o la impenetrable defensa de Carlos Zaa? El equipo de la Red de Emergencia, en el que llegó a jugar Antolín “Cuca”, fichó a un negrito con inigualables destrezas y técnica en el dominio de la pelota.
          Los futbolistas del patio tuvieron excelentes contrincantes para foguearse y adquirir mejores nociones tácticas del juego. De hecho, creció una generación con suficientes créditos para representar a Uribante en posteriores competencias: Rodolfo Pérez, Jairo y Cheo Hernández, Nerio Pabón, Abildo Roa, Moncho Sánchez, Jairo Márquez, Luis “Culeca” Ramírez, entre otros de mayor edad como Toño Avellaneda, Jesús “Pirín” Guerrero, Iván Pérez, Rodolfo Pernía, por mencionar sólo algunos.
          El dinero corría a granel en apuestas, consumo de cerveza y otros estimulantes, pasajes, comidas, hospedaje y compra de costosos uniformes. El equipo de los “Pobres” también se hacía presente, con una modesta franela blanca sin timbrar y pantaloneta de cualquier color. Allí estaba Guzmán Luna, José Ramón Sánchez y otros atletas que habían sido marginados de los equipos de marca. Pero tenían similares o superiores cualidades que los atletas criollos afiliados a otros equipos foráneos o del patio.
          La fiebre del futbol se dejaba sentir con toda intensidad durante los fines de semana. Las graderías del Estadio siempre estaban atiborradas de gente. Hubo muchas jugadas de alta factura futbolística. Ninguna como aquella en la que José Ramón Sánchez quiso monopolizar el dominio del balón, porque no había nadie como él para manejar y distribuir pelotas, mientras que Guzmán Luna, ya casi desesperado por la inacción, le grita a todo pulmón:
          —Suéltela, suelte esa pelota, patiblanco.
José de la Cruz García Mora



Chaco chiquito no

—¡Chacho grande si, chacho chiquito no!
          Las malas conciencias suponen erróneamente que el dinero puede comprarlo todo y al mismo tiempo abrir las puertas del paraíso terrenal. Según esta falsa teoría, los pobres están destinados a sufrir eternamente en el mar de las privaciones, sin poder disfrutar las delicias materiales que la vida ofrece. Tales paradigmas se le inculcan consciente e inconscientemente a los párvulos desde la más tierna infancia.
          ¿Será por eso que hace unas décadas el joven que tuviera un “medio” (Bs 0,25) en el bolsillo se podía considerar un afortunadísimo potentado? Ese era el módico precio del pasaporte, con el cual el aprendiz de macho cabrío podía viajar a las cálidas y fantásticas praderas de la dicha, sin tener que acudir a los erógenos estímulos bíblicos practicados por el propio Onán. Con un “real” (Bs 0,50) era posible convidar a otro amigo a comer la misma manzana que probó Adán al cometer el primer pecado.
          En varios puntos de la población había ciertas mujeres de mala reputación. En las propias casas de habitación recibían a los caballeros adultos que iban a satisfacer los instintos carnales, luego de aprobar los poco rigurosos exámenes de galantería pueblerina. No eran meretrices en el sentido estricto de la palabra, sino damiselas otoñales que estaban dispuestas a diversificar opciones en las relaciones clandestinas de pareja, para asegurar el incremento de los menguados ingresos familiares.
          Los varones con mayores apremios sexuales acudían descaradamente a la “Flor del Verano” en el sector La Quinta, al bar de Mercedes Roa en la parte alta de calle La Barranca, al prostíbulo regentado por un célebre gay llamado Segundo, a la eterna casa de citas en Rio Negro o a cualquier otro bar de la población, donde podían dar rienda suelta a los bajos instintos. Las trabajadoras públicas y privadas del sexo, en todos los casos, se negaban rotundamente a recibir en el lecho de amor a los menores de edad.
          Las mismas alcabalas filosóficas ponía María a los requerimientos sexuales de la muchachada de Corea y El Calvario. Ella era una mujer entrada en años. Pero tuvo el privilegio de desflorar a unos cuantos jovencitos e iniciarlos en las artes amatorias. Incluso, muchos terminaron en el hospital, contagiados con la más clásica ETS y en manos de un Inspector de Sanidad que tenía fama de sentir debilidad por los mancebos. Algunos iban donde don Delfín Altuve a aplicarse las inyecciones terapéuticas.
          En aquella época no se conocían los términos técnicos que se aplican a las personas con disfuncionalidad y dificultad en el aprendizaje. Para los muchachos, María simplemente era la “Bobita”. Ella iba al río a buscar “orimaco” para los conejos o escobilla para las escobas caseras. Los muchachos le recogían las hierbas con prontitud o le ofrecían un medio por los servicios sexuales. Ella simplemente decía:
          —¡Chacho grande si, chacho chiquito no!
 José de la Cruz García Mora

Me Paga los Aguinaldos

          Diciembre siempre ha sido un magnifico mes para invocar el espíritu de la alegría y multiplicar el entusiasmo entre la población juvenil de Pregonero. En la actualidad se ha hecho práctica muy común el llamado juego del “amigo secreto”, en las oficinas e instituciones públicas y privadas, a través del cual las personas suelen realizar interesantes intercambios de suvenires, regalos y sorpresas. Pero en el moderno juego hay más ánimo mercantilista y comercial que afectivo y solidario.
          En otros tiempos, los certeros aguijones de la atracción y el afecto solían picar desprevenidamente a la muchachada en los prolegómenos festivos de la navidad. Las más puras inclinaciones afectivas nacían de manera espontánea en la ingenua celebración de los tradicionales juegos de aguinaldos. El atractivo juego era particularmente interesante en los grupos de adolescentes, en cuyo seno siempre había alguna pareja en trámites de noviazgo o jugando inocentemente a la iniciación amorosa.
          “Pajita en boca”, “Estatua”, “Dar y no recibir”, “El beso robado”, “El sí y el no”, entre otros, se convirtieron en atractivos pretextos para fomentar el inevitable acercamiento físico entre los jóvenes. Cuando el magnetismo de la atracción se hacía demasiado evidente e irresistible, cualquiera de los juegos de aguinaldos servía como estrategia eficaz para propiciar el encuentro y estimular los primeros flirteos juveniles, siempre en un clima de respeto a la integridad de las niñas.
          Invariablemente, en las apuestas se descubren los matices del afecto y el romanticismo. Es innegable que muchas jovencitas, casi que de manera intencional, propiciaban las condiciones para salir perdedoras, con la intención de “pagar los aguinaldos” al mancebo ganador, con un inocente beso en la mejilla o tal vez en la comisura de los labios. Seguramente muchos chicos osados aprovecharon la ocasión para romper fronteras y avanzar hacia la aceptación del noviazgo.
          Para los mozalbetes también era muy difícil reunir las monedas suficientes que le permitieran comprar los chocolates, helados u otras golosinas con las que habría de pagar a la joven en caso de perder la apuesta. En estos casos, irremediablemente, una inofensiva bofetada permitía satisfacer los caprichos que la pobreza económica impedía cumplir. Siempre había vestigios de inteligencia y picardía para salir avante y lograr el premio deseado: el beso de la princesa.
          —“Estatua” grita el chico en voz audible y la joven se queda estática. El se acerca e intenta robarle un beso. Ella se mueve disimuladamente y pierde la apuesta. Entonces, él tiene derecho a pedir que le paguen los aguinaldos. Igual pasa cuando uno de los dos se distrae y el otro le ofrece algún caramelo. El que recibe es el perdedor y debe pagar el premio estipulado. El idilio estalla como una flor trocada en beso si al grito de “pajita en boca” no hay algún objeto en boca para mostrar.
 José de la Cruz García Mora

martes, 20 de agosto de 2013

Tos, Tos, Tos

          — tos, tos, tos.
          El grito se escucha como un débil murmullo en la lejanía, allá arriba en la Cuchilla de Helechales. Pero luego se hace más nítida la típica voz de los arrieros de ganado. Ya no quedan dudas. La manada se aproxima a los límites del pueblo. De pronto, en los caminos de La Cañabrava aparece la serpenteante columna de ganado, mientras la muchachada del barrio Corea emprende veloz carrera al puente de La Vega.
          El silencio de la tarde se llena con los efusivos gritos de los arrieros, el mugido de los toros, el relinchar de los caballos y la gritería de los curiosos niños. Sobre el río Uribante hay un viejo puente colgante de madera y en cada uno de los extremos sobresalen las columnas o pilares que sostienen las guayas y la ondulante armazón de hierro. Hasta allí trepan los niños con impresionante habilidad y luego se acomodan para disfrutar el agitado paso de las reses.
          Al frente de la tropa casi siempre viene el señor Azael García, el ganadero más prestante de la región. Se trata de un caballero en todo el sentido de la palabra. Pero si las reses se ponen “ariscas” y se niegan a seguir tras los pasos de la mansa res que sirve de “madrina”, el hombre pierde los estribos, maldice a los osados muchachos que se atreven a azuzar las reses. En algunos casos, hasta a piedra hizo bajar a muchos mozalbetes que no hacían caso al rico hacendado.
          Víctor García— padre del suscrito —, Mapanare, Hernán, Paquirri y Tomás Ceballos, entre otros, son algunos de los arrieros que llegan a la memoria. Ellos suelen conducir las manadas desde la finca "El Quebrachal” en San Miguel hasta los embarcaderos existentes en el Barrio Potreritos. La calle La Barranca muchas veces fue escenario de la valiente lidia de los arrieros con las reses descarriadas. Hacían falta hasta cuatro hombres para dominar, a punta de lazo, la res embravecida.
          Al otro día llegaban las “gandolas” a llevarse el ganado para Mérida u otras regiones. Hasta Potreritos llegaban los muchachos a curiosear el embarque de las reses. El camión se atravesaba en la calle. Casi todos esperaban a que el chófer sacara el famoso "tábano” para aguijonear a las reses ariscas. Hernán no tenía miramientos para puyar con el aparato eléctrico al muchacho sopetón que se atravesara en la armazón de madera e impidiera el difícil trabajo.
          Azael García posteriormente compró la estación de servicio a don Ismael Vargas. También se construyó la carretera hacia Palmarito. Ya no se volvieron a ver las grandes manadas de ganado atravesando las calles del pueblo. Pero aún quedan frescas las imágenes de aquella vieja costumbre local, cuando los obreros preparaban las sogas y mecates para salir hacia San Miguel y Mesones a "ganadear”. Desde El Morro, Potosí y Potrero General también subían otra manadas...

José de la Cruz García Mora

La Calle de las Mil Puertas

          La economía de Pregonero se sostiene a partir del intenso proceso de intercambio comercial que diariamente se establece entre el casco urbano y las distintas aldeas y caseríos rurales. Los campesinos bajan al pueblo invariablemente todas las semanas, no sólo para cumplir con las obligaciones religiosas propias de la fe católica, sino también para comprar los bienes y servicios necesarios para la manutención de las personas que trabajan en las distintas unidades de producción.
          La entrada de La Vega, sitio de llegada de las aldeas ubicadas al Oeste de Pregonero, era un núcleo comercial de gran movilidad económica. Allí estaban ubicados algunos de los principales comercios del pueblo, preferiblemente entre las calles 10 y 11. "La calle de las mil puertas": así llamó el periodista Hugo Colmenares al sector. Es que todas las casas estaban diseñadas con una amplia pieza delantera para negocio. La función residencial correspondía a la parte posterior del inmueble.
          Al volver la mirada hacia el pasado, la memoria comienza a poblarse de recuerdos y aparecen los nombres de algunos comerciantes que tenìan establecimientos comerciales en esta parte de la ciudad. El bar "La Estrellita" o "Los Amigos" de Luisa Molina y Leovigildo Ramírez, respectivamente, eran lugares predilectos para comenzar o terminar la ebriedad de los adultos. Por allí estuvo bastante tiempo la talabartería de Rafael Arellano, la panadería de Victorino Ramírez, la herrería de Olinto Alcedo y la carnicería de Ignacio Pernía.
          Es muy débil el recuerdo de don Pedro y Roque. Pero está más fresca la presencia del otro hermano, don Teófilo Ramírez Salas. Él solía comprar a los muchachos las chayotas, berenjenas, naranjas, cambures, tomates del monte y aguacates tomados a hurtadillas en los solares ajenos. Ésas pocas monedas volvían a sus manos al anochecer, cuando los muchachos iban a comprar entradas al cine. De pronto, aparece la figura de Hormidas Méndez sentado en la silla de cuero frente al negocio.
          Los negocios con las despensas mejor surtidas eran los de Gabriel Bustamante y José del Carmen Vivas. Ambos compraban grandes cantidades de pescado salado. El primero también vendía gran variedad de telas. El segundo despachaba cerveza y mercancía seca. También vivía don Gabriel Pernía, el más célebre "médico" o "rezandero" de la región. No puede olvidarse la ferretería de don Nicanor Moreno. Mucho antes, Miguel Suárez tuvo el depósito de gas en la actual ferretería de los Luna.
          ¿Cómo dejar en el olvido los ricos “ponqué” que vendía Tarsicio García y don Ramón Andrade, o la fresca belleza de las hijas de don Pacho Sánchez, otro comerciante del lugar? Es imposible dejar de lado la venerable estampa de los señores Juan de Dios Pernía y su esposa Anacelis, los únicos vecinos de la cuadra que no tenían un establecimiento comercial. Ella con una inmensa cabellera blanca que casi le llegaba al piso y él con la adusta prestancia del anciano venerable.     
José de la Cruz García Mora



Me Busca en la Madrugada

          Pocos viajeros en el mundo pueden darse el lujo de que el transporte público acuda puntualmente a buscar las personas en la misma puerta de la casa. Esa era una de las costumbres características de la sociedad uribantina en tiempos no muy remotos. Marcelino Medina tal vez fue el ayudante o colector con más fama en toda la geografía uribantina. Era el encargado de subir los bolsos, maletas, costales y cajas a las grandes parrillas “portaequipajes” que tenían los autobuses en la parte superior.
          Ir a San Cristóbal era toda una novedad y había que anunciarlo con bombos y platillos a todo el vecindario. Al caer las luces de la tarde, los vecinos acudían a las oficinas de "Expresos Continente" a solicitar el servicio de transporte a domicilio. Invariablemente, Don Juan María Guerrero tomaba los respectivos apuntes en un viejo cuaderno y luego entregaba la lista de viajeros al conductor del autobús, exactamente a las nueve de la noche, con las direcciones precisas de los usuarios del transporte.
           A las 4:30 de la madrugada se oía el zumbido inconfundible de las cornetas del autobús, recorriendo las calles del pueblo para recoger a los pasajeros. Uno de los más célebres conductores fue Bernardo Alcedo. Los hijos, Iván y Raúl Alcedo, continuaron luego la zaga del padre. También estaba el servicio prestado por la “Línea Unión Vargas”, aunque el autobús era el transporte preferido por las clases populares, por los precios económicos del mismo.
          La travesía hacia la capital del Estado Táchira, por los extraviados caminos del páramo, terminaba siendo una odisea, bien por los síntomas de mareo de muchos pasajeros o por la distancia del recorrido. Eran viejas carreteras de tierra, sin engransonar y casi siempre en mal estado. Un buen desayuno donde "La Turca" y la visita relámpago al Santo Cristo de La Grita, permitían revitalizar el ánimo y continuar el viaje por El Cobre, El Zumbador, Cordero, Táriba y San Cristóbal.
          "Todo niño mayor de 5 años, paga pasaje completo", decía el letrero en el fondo frontal del autobús. “Saqué la cabeza por la ventanilla, para que maree”, recomendaba algún experto a los mareados de turno. A nadie se le había ocurrido todavía usar bolsas de plástico como ahora se estila. No se sabe si por la madrugada, la multitud de curvas, la inexperiencia en el viaje o por otras causas, pero era muy pocos los pasajeros que escapaba a los agobiantes estragos del llamado “mal de páramo”.
          Nunca faltó algún pícaro que llamara por teléfono a las oficinas de “Expresos Continente” para anotar a pasajeros ficticios, como Marcelo Aranda, cuando vivía en la parte alta de la avenida, a quien Jesús Suárez hizo levantar en más de una ocasión, cuando el ayudante del bus tocaba su puerta creyendo que se había quedado dormido. El muchacho se levantaba somnoliento y juraba que él no se había anotado. Es que don Juan María ya estaba anciano y no reconocía a los muchachos de entonces…

 José de la Cruz García Mora

Novia por Correspondencia

          ¿Por qué los adultos se quejan cuando observan a los adolescentes lanzar dardos virtuales a través de la red para contactar amigos en cualquier parte del mundo? ¿Por qué la juventud actual se declara el amor por mensajes telefónicos, en vez de hacerlo personalmente, como es la tradición? ¿Por qué tienen tanto éxito las herramientas interactivas de carácter electrónico que van apoderándose del mercado comunicacional y conformando otra cultura de flirteo entre la juventud?
          La modernidad plantea formas muy novedosas en las interrelaciones humanas y los avances tecnológicos están a la orden del día, para agilizar los procesos de acercamiento interpersonal. A pesar de todo, es necesario mantener encendidas las alertas, para evitar las perversas tentaciones que ofrece Internet, cuando el usuario juvenil no es capaz de hacer uso racional del servicio. Pero es obvio que cada generación atiende a las estrategias que tiene la mano para alcanzar sus propósitos amatorios.
          En la década de los años sesenta del siglo veinte, cuando ni siquiera el servicio oficial de correo era eficiente para la entrega oportuna de la correspondencia, los adolescentes de Pregonero acudían invariablemente a la ayuda de los niños para satisfacer sus apetencias y necesidades de comunicación con las jóvenes del sexo opuesto. El niño más ingenuo, sin necesidad de tener alas o llevar porta flechas, se convertía entonces en un efectivo Cupido a la hora de entregar mensajes amorosos.
          Como los padres no permitían la visita de los novios informales a las respectivas casas de habitación, lo usual era que los enamorados se buscaran fieles mensajeros para llevar secretamente las misivas en una u otra dirección, siempre con la advertencia de que nadie llegara a darse cuenta de los encargos encomendados. Aquellos infantiles celestinos resultaron siendo cómplices inocentes de muchos amores prohibidos y hasta de sonadas fugas de muchachas reprimidas.
          Es muy inmensa la distancia existente entre la liberalidad de hoy y el conservatismo de ayer. Aquellos novios de antaño, en muchos casos, ni siquiera llegaron a conocer cuál era la sensación de un beso. En los hogares más liberales se permitían la visita del novio a través de los ventanales. Los que llegaban hasta la sala de la casa tenían el camino abierto hacia el matrimonio. Pero las madres, o los hermanos menores, siempre estaban allí, sentados discretamente a distancia prudencial.
          Un par de "coquitos", una locha, un posicle, una acema, un helado, una chupeta, una cocada, cualquier golosina, era suficiente premio para comprar el silencio infantil y asegurar que el niño “se llevará el secreto la tumba”. Pero los niños crecieron y el mundo se hizo tan liberal que ya no fue necesario contar con la complicidad de los infantes para llevar los mensajes furtivos de los enamorados. Ahora las citas viajan instantáneamente a través de la red o del celular...

José de la Cruz García Mora

lunes, 19 de agosto de 2013

En la Botica del Pueblo

          Es usual oír a los mayores hablar sobre José Vicente García, un prestante comerciante de Pregonero, quien fue Juez, Concejal y Boticario en diversas oportunidades. La memoria del suscrito alcanza a recordar tenuemente la imagen del anciano, en los últimos días de su vida, una vez que retornó a Pregonero y montó el expendio de medicinas en la esquina suroeste del cruce de la calle 8 con Carrera 2. Allí posteriormente se estableció el negocio de don Bruno Ramírez, mejor conocido como “Cachón”.
          Más frescos son los recuerdos sobre el bachiller Briceño, quien terminó los días como dependiente de la misma botica. Para la época, el título de bachiller no lo alcanzaba cualquier mortal. El mismo era símbolo de estudio, preparación y prestigio. No es como ahora que proliferan los ilustres iletrados, según dicen las malas lenguas. Aquel hombre ponía toda la sapiencia en la atención del público, ofreciendo el remedio preciso para aliviar el dolor de los enfermos, según el récipe médico.
          Tampoco se puede borrar de la memoria la imagen venerable de don Blas Guerrero. Él era propietario de la botica ubicada a media cuadra de la Plaza Miranda. El inmueble fue adquirido posteriormente por Amable Contreras. Nubia y Belkis Guerrero, las hijas de aquel caballero, lograron robar más de un suspiro a los muchachos de entonces. No se sabe si los jugadores de Ajedrez iban allí a cazar una partida del deporte ciencia con don Blas, o acaso a observar furtivamente a las simpáticas muchachas.
          El tiempo pasa de manera inexorable. Otros propietarios asumen la administración de los expendios de medicinas, ahora bajo la modalidad de farmacias. Durante varios años la Farmacia Auxiliadora fue administrada por la doctora Corina. Ella era una dama que llegó al pueblo con la misión de regentar el negocio en su tipo más antiguo de Pregonero. El establecimiento farmacéutico se ubicó frente al cine del pueblo, el cual posteriormente pasaría a ser la Casa de la Cultura.
          Así mismo, en los últimos años, como Farmacéutico Profesional, Yovanny Mora ha asumido las riendas de otros establecimientos, como la Farmacia El Trópico y El Trópico I. Además, existen otros expendios de medicinas en las adyacencias del Centro de Salud y en la Plaza Miranda. La propietaria de esta última farmacia es la señora XXXXXXX Mora. La otra forma parte de las políticas sociales fomentadas por el gobierno de Hugo Chávez para abaratar el costo de las medicinas.
          El tránsito de la botica a la farmacia también sirve para registrar los cambios sustantivos en la estructura social y económica de Pregonero. Muchos hombres y mujeres han pasado en calidad de dependientes por aquellos establecimientos. Ellos, desde el anonimato, han hecho innumerables aportes en la esmerada atención de los clientes, precisamente en las circunstancias más apremiantes, cuando las dolencias del cuerpo reclaman el humanismo de los empleados de turno.
José de la Cruz García Mora



Póngale un telegrama

          No hay límites cuando la imaginación humana se proyecta hacia la fantasía y comienza a volar libremente en el firmamento, como un papagayo multicolor y aerodinámico, movido por las cálidas y frecuentes ráfagas de las brisas de agosto. Al llegar las vacaciones escolares y quedar libres de las diarias responsabilidades de la escuela, con hedonismo infantil, la muchachada se entregaba con deleite a la sana distracción, buscando el sentido lúdico de la libertad en el vuelo de las cometas.
          El azulado cielo se llenaba entonces de atractivos papagayos, cometas, barcos, estrellas, pico ´e loros, entre otros volantines de construcción artesanal. El cielo uribantino era la expresión policromática de la fecunda imaginación infantil. Aquellos niños y jóvenes no habían recibido lecciones de Aerodinámica, Meteorología, Física o Geografía. Pero todos esos conocimientos se aplicaban empíricamente en el diseño, confección y vuelo de los mágicos juguetes voladores.  
          Casi todos los niños y jóvenes eran verdaderos expertos en el arte de la confección de cometas, la medición exacta de los frenillos, la preparación de la cañabrava o los cañutos, la decoración de las alas y otros elementos estabilizantes, o la elección de puntos estratégicos para el aprovechamiento del viento. Aquella era una distracción mágica y todos creían firmemente en la posibilidad de invocar el viento con un silbido que no tiene transcripción onomatopéyica.
          Pancho Viloria tal vez fue el más célebre constructor de papagayos en El Calvario. Samuel Vivas tuvo fama en el sector del Mercado y Epifanio Lacruz en la parte alta de la avenida José Ramón Torres. ¿Cuántos otros lograron la perfección en este arte popular en diferentes años? Lo malo de las manifestaciones colectivas es que precisamente carecen de autoría definida. La Popita, El Calvario, El Bordo de Corea, las escaleras de Potreritos eran lugares predilectos para alzar vuelos.
          Pero ningún lugar como los potreros propiedad de don Abdón Pernía, ubicados entre los Barrios Santa Lucía y Colinas del Uribante, donde cada tarde se reunía la muchachada a plantear las acrobacias aéreas o la estabilidad absoluta de los volantines. Pancho Viloria subió una vez hasta las cumbres de El Bolón para elevar un gigantesco papagayo. Los testigos dicen que llevó más de diez rollos de Nylon, hasta que se hizo un punto en el horizonte y no pudo bajarlo por la fuerza del viento.
          También se hacían los clásicos contrapesos, con dos piedras atadas en los extremos por una pita, con la intención de “Cazar cometas” y robar pábilo. Pero lo más emocionante era enviarle los célebres telegramas a las cometas, cuando ya no quedaba más cuerda para soltar. Era el clímax de la emoción infantil, porque se había alcanzado el límite de las posibilidades. Nadie sabe de dónde salía el papel, pero siempre había un telegrama para enviar a través del ondulado y tenso pábilo…
José de la Cruz García Mora



Exquisita y melodiosa voz

            La función primera de artista es crear arte. El reto de figurar en las actividades relacionadas con el ambiente artístico, es menos difícil que mantenerse en la cresta de la ola, recibiendo el reconocimiento y apoyo entusiástico del público por años. Algún autor escribió con gran acierto: “Si alguien se proclama artista, debe demostrarlo con obras, no con palabras”. El talento escondido es un verdadero desperdicio. Incluso puede tener potencial y calidad. Pero si no se explota, es como si no existiera.
            Pregonero ha sido una cantera de calidad artística, especialmente en el ramo del canto. Exquisitas y melodiosas voces han llenado los escenarios locales con el derroche de talento y calidad interpretativa. En buena parte de ellos no hubo ánimo de lucro, sino entrega y pasión por el oficio: “puro amor al arte”, como dice el adagio popular. Tal vez por las leyes del mercado, o por circunstancias propias de la vida, ninguno tuvo la oportunidad de vivir del arte, pero es seguro que todos vivieron para él.
            Es imposible olvidar la voz delicada, el acento lírico o la pasión interpretativa de que hacían gala las jóvenes Vita Pérez, Carmen Avellaneda o Carmen Mora. Entre los años 70 y 80 del siglo XX, cada cual en su momento, ellas hicieron del canto el vehículo para expresar la emotividad del sentimiento y la alegría de vivir. No había que rogarles para que subieran al escenario a mostrar la pasta de la que estaban hechas. Son imágenes que se conservan frescas en la memoria.
            Walter Márquez tuvo la oportunidad de grabar un par de canciones en un disco de vinilo en 45 rpm. Los mayores hablan maravillas de aquella voz sonora y viril. Para el suscrito son más frescos los recuerdos de Walter Mora, Guzmán Mora, Pedro Avellaneda, Antonio Alejandro y los hermanos Vargas: José del Carmen, Gustavo y XXXXXXXXX. En actos culturales o festivales de la canción, ellos siempre estaban allí, cultivando la veta artística y derrochando talento en cada una de las interpretaciones.
            Algunos nombres se quedan en el tintero. El recuerdo sobre ellos es más débil: algunos emigraron del patio y otros jamás volvieron a llenar los escenarios con su presencia y calidad interpretativa. Pero no se pueden olvidar los nombres de Yaira () y Milena Contreras, José Gregorio Solórzano, Roque y Juan de Dios Mora, Aureliano Contreras, Juan Pablo Marcano, Javier “El Pollo de los Andes” Contreras, Franci Avellaneda y otros jovencitos que comienzan a hacer carrera musical como aficionados.
            A Pedro Soto hay que reconocerle la persistencia y la entrega al arte de componer e interpretar música serranera. Él fue el iniciador de esa cantera de grupos e intérpretes que ahora proliferan en la comarca, con producciones musicales de carácter comercial. Pero esta crónica está consagrada a divulgar el aporte de aquellos artistas del patio que destacaron en Pregonero como aficionados, aunque algunos de ellos posteriormente lograron producir sus obras discográficas.
José de la Cruz García Mora